sábado, 15 de julio de 2023

LA PAREJA HUMANA (Él y Ella los dos miembros de la pareja)

LA PAREJA HUMANA

(Él y Ella los dos miembros de la pareja)

Por: José Rafael Olivieri Delgado

 

“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó”

(Génesis 1:27, Santa Biblia, 1960)

 

            Tanto el hombre (Él) como la mujer (Ella), han sido retratados y encasillados a través de la ciencia y de su conocimiento dentro de una definición de ‘Ser Bio-Psico-Social’. En particular, las ciencias sociales han buscado conocer la totalidad de cada individuo como ser humano. Incluso antes de Platón, de Aristóteles y de que Sócrates pronunciara su famosa reflexión y exhortación: “Conócete a ti mismo”. Más aún, desde que el hombre tuvo un momento de lucidez y tomó conciencia de sí mismo, se ha hecho dos preguntas centrales: ‘¿Quién soy?, ¿Qué soy?’ Lo sorprendente es que ¡Aún hoy se está buscando responderlas! Lo único cierto que se ha descubierto (y al parecer muchos no están de acuerdo) es que, como individuos, somos tan efímeros como una mota de polvo en el universo, un suspiro en la infinita bastedad de la eternidad, tal como dice el profeta Jeremías: “He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en las manos de Dios.” (Cap. 18:6, p. 717).

            Lo cierto es que la concepción del ser humano ha ido cambiando y evolucionando, conforme como seres humanos hemos ido creciendo y expandiéndonos, no solamente en el conocimiento científico y tecnológico, sino muy particularmente en nuestra visión autorreflexiva de nosotros mismos. Como ejemplo de lo que digo, puedo utilizar los cuestionamientos de Nietzsche (1991), al señalar: “En realidad, ¿qué sabe el hombre de sí mismo? ¿Sería capaz de percibirse a sí mismo, aunque solamente fuese por una vez, como si estuviese tendido en una vitrina iluminada? ¿Acaso no le oculta la naturaleza la mayor parte de las cosas, incluso su propio cuerpo?” (p. 19). A pesar de nuestra curiosidad, mucho es lo que no queremos saber de nosotros mismos.

            En la búsqueda de la identificación del Ser Humano, ha resultado de singular importancia definir cuál es la esencia de cada individuo, cuáles son las fronteras de lo humano. Es decir, cuál es la característica fundamental que hace que el Ser Humano sea humano, y qué lo diferencia del resto de las criaturas. Pero, aunque se ha profundizado ampliamente en esto, aún no se tienen todas las respuestas claras al respecto. Se llevan miles de años de la mano de la filosofía buscando los elementos más profundos de la esencia del ser humano. Ciento y tantos años de la psicología formal y todavía se anda en pañales. Es más, como lo señala Carrel (1955) al afirmar: “El ser humano es demasiado complejo para ser abarcado en su totalidad. Tenemos que dividirle en pequeñas partes por nuestros métodos de observación… Debemos evitar, al mismo tiempo, caer en los errores clásicos de reducirle a un cuerpo…” (p. 74). Somos tan simples como complejos, aún más, somos más que nuestra propia totalidad.

            Para que podamos hablar de pareja es necesario entender primero a cada uno de sus integrantes: Él y Ella. Se plantea entonces la necesidad de reconocer a cada individuo en sus aspectos globales, compuesto de un conjunto de procesos psicológicos y emocionales propios. Capaz de pensar, amar, aprender, relacionarse, comunicarse con los otros y consigo mismo. El cual está sujeto tanto a la lógica y la razón como a los sentimientos, las emociones y sus acciones inconscientes, con un comportamiento visible a través de sus manifestaciones conductuales.

            Hablamos de reconocer tanto a Él como a Ella como individuos únicos y completos. Parafraseando las palabras de los humanistas: como seres integrales, separados e independientes, ubicados en un tiempo, un espacio y en un contexto social. Según la Gestalt, como un todo mayor que la suma de sus partes. Es comprenderlos en la forma como señalan Ortega, Minguez, y Gil (1994): “No existe el hombre biológico, desnudo de cultura, de valores desde los cuales exige ser interpretado. Acercarse al hombre, conocerlo, entenderlo, significa interpretar el mundo de significados o valores a través de los cuales todo hombre se expresa, siente y vive; y el sistema de actitudes ante la vida que le dan sentido y coherencia.” (p. 15). Así son Él y Ella, por un lado, los protagonistas de la pareja, pero primero, seres individuales con toda una historia personal y propia, la cual debe ser conocida y entendida para que puedan funcionar en su rol de pareja.

            Sin embargo, a pesar de su integralidad e independencia, no deja de ser cierto que existe una paradoja entre lo social y lo individual, pues, aunque está rodeado de gente por todas partes, el individuo se siente solo ante su propia existencia. Ello le obliga a encarar sus dudas, miedos y ansiedades, y buscar la compañía de los demás como un medio para superar su soledad, especialmente, la compañía de una pareja. Esta idea fue ampliamente desarrollada por Fromm (1982) y definida en su concepto de: “la separatidad”, cuando señala:

… todo ello hace de su existencia separada y desunida una insoportable prisión… La vivencia de la separatidad provoca angustia; es, por cierto, la fuente de toda angustia. Estar separado significa estar aislado, sin posibilidad alguna para utilizar mis poderes humanos… La necesidad más profunda del hombre es, entonces, la necesidad de superar su separatidad, de abandonar la prisión de su soledad… (pp. 19 – 30).

            Si existe algo que debemos enfatizar desde este mismo momento, es sin duda alguna la necesidad de afirmar que no podemos ser esclavos de nuestra condición de soledad y de separación de los otros. Más aún, por más que estemos ‘desesperados’, jamás debemos permitirnos renunciar a nuestra individualidad, al desarrollo y crecimiento de nuestra propia identidad como individuo total e integro que somos. Esto lo puedo reforzar con las afirmaciones de Fromm (1982) cuando señala:

… el amor maduro significa unión a condición de preservar la propia integridad, la propia individualidad. El amor es un poder activo en el hombre; un poder que atraviesa las barreras que separan al hombre de sus semejantes y lo une a los demás; el amor lo capacita para superar su sentimiento de aislamiento y separatidad, y no obstante le permite ser él mismo, mantener su integridad. En el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos. (pp. 19 – 30).

            Es este pensamiento de Fromm, el que utilizo aquí, para remarcar la necesaria y obligatoria individualidad y diferencia que deben tener cada uno de los miembros de la díada marital, más, sin embargo, a través de su relación, se compenetran a tal extremo, que pueden considerarse uno solo. Como ejemplo de ello, utilizo el mandato Divino mediante el cual Dios estableció el matrimonio, el cual está en Génesis, y dice: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.” (Cap. 2:24, p. 6). Con esta afirmación, pienso que podría decirse que en la matemática de Dios: uno más uno es igual a uno (1 +1 = 1), para referirnos a la unión conyugal.

            En este mismo sentir de ideas, podemos entender a cada uno de los integrantes de la díada marital, como personas que se necesitan profunda e íntimamente. Sin embargo, tal necesidad no puede aceptarse que llegue a ser entendida como el famoso mito de ‘la media naranja’, o el de los “andróginos” de Platón. Es decir, hablamos aquí de dos personas, completas, totalmente desarrolladas en todas sus dimensiones, tal como ya lo indiqué.


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