sábado, 22 de julio de 2023

LA PAREJA Y SU FORMACIÓN

Por: José Rafael Olivieri Delgado

 

“Cuando améis no debéis decir ‘Dios está en mi corazón’ sino ‘estoy en el corazón de Dios’. Y no penséis que podréis dirigir el curso del amor, porque el amor, si os halla dignos, dirigirá él vuestro curso.” (Gibran Khalil, 1975, p. 21)

 

            La formación de la pareja humana pareciera a veces algo cotidiano y normal, pues con bastante frecuencia se observa el establecimiento de esta relación en prácticamente todos los ámbitos de la vida humana. La experiencia ha demostrado que, al establecerse esta relación de tipo sentimental, no hay espacio para diferencias de razas, culturas, edades, distancias, religiones, ni (lamentablemente) de géneros. Básicamente, casi cualquier obstáculo puede ser salvado, al momento de que dos personas deciden unirse en una relación de pareja.

            Sin embargo, dicha cotidianidad lleva implícita una serie de interrogantes, por demás interesantes que, entre otras muchas, podrían considerarse: ¿Qué es una pareja? ¿Cómo se forma? ¿Cuáles son los criterios de selección de esta? ¿Para qué formar una pareja? ¿Por cuánto tiempo? El tema es extenso y constantemente cambiante, pues no deja de ser cierto que, al ser un producto humano, varía en función de los múltiples factores que regulan nuestra existencia y nuestras relaciones. Empezando por nuestros propios sentimientos, emociones y conflictos emocionales (inconscientes).

            Por ejemplo, con relación a la primera pregunta: ¿Qué es una pareja?, el diccionario Larousse (2004) la define como: “Conjunto de dos personas, animales o cosas. 2. Con respecto a una persona o cosa, otra que forma par con ella.” (p. 768). Entendemos entonces que, al hablar de la pareja humana, hablamos de dos personas cuya base principal para establecer dicha relación, sencillamente es la intención de unirse. Donde ambos se encuentran ubicados en un tiempo y un espacio determinado, independientemente de si se trata de una relación con intenciones matrimoniales o no. Ellos eventualmente compartirán metas, sueños y realidades comunes, en principio por un tiempo indefinido. Tal como lo señalan Baltasar y Battaglia (1990): “En la pareja, cada miembro conjuga su individualidad con la del otro, es decir, los cónyuges comparten entre si sus normas, valores, creencias, ideales, actitudes, costumbres, etc. (similares o diferentes) obtenidas a través de un proceso de socialización.” (p. 56).

            Sin embargo, al margen de las razones que las diferentes personas puedan dar para justificar la formación de las parejas, no deja de ser cierto que estas varían en diferentes grados y motivaciones. Porque, a fin de cuentas, cada posible razón pertenece a todo el contexto de ‘socialización’ de cada uno de los integrantes de la díada. De esta forma tenemos claro de que existen múltiples posibilidades para elegir una pareja, al punto que en cualquier lugar y situación pueden presentarse opciones para seleccionar y formar una relación de pareja. Independientemente de si es una relación permanente o temporal.

            Tampoco es un secreto que lo que lleva a una persona a formar una relación de pareja y, a seleccionar entre muchas a una en particular, está sujeto a varios parámetros de la personalidad. Entre estos puedo citar: intereses, gustos, valores sociales y, como lo hemos mencionado, a sus sistemas de creencias y a su estructura emocional. Quizás pudiese parecer fortuito y al azar muchos de esos encuentros y su correspondiente unión, pero en realidad es un proceso con secuencias y variables muy bien establecidas. En esta selección están involucrados todos los sistemas humanos (físico, hormonal, emocional e intelectual) y, cada uno de ellos, tienen sus propias manifestaciones en cada persona.

            Una realidad palpable en la formación de esta relación, aunque muy poco conocida, es la amplia influencia de los esquemas de selección de pareja inconscientes. Ellos prácticamente dirigen y condicionan todos los demás elementos que intervienen en dicha selección y formación de la pareja. Tanto es así que, ambos miembros comparten similitudes en sus esquemas de creencias, de complemento en sus sistemas de autovaloración y, en líneas generales, de sus sistemas de conflictos emocionales. Un ejemplo de esto es la aspiración de tener una relación de exclusividad afectiva y sexual, pero en la cual muy pocos creen en la actualidad (realmente muy lamentable).

            Lo cierto es que, a pesar de todos estos elementos (positivos y negativos), las relaciones de pareja se siguen estableciendo entre las distintas personas. La razón es simple: la gran mayoría de las personas prefieren y añoran la posibilidad de consolidar una pareja, además de ser una necesidad física y emocional, en principio, de cada ser humano.

Todo esto ocurre independientemente de las diversas justificaciones que podríamos proponer para la formación de la pareja, incluyendo entre ellas, como ejemplo, la más frecuente de todas: la soledad. En relación con este aspecto, Fromm (1982) señala: “La necesidad más profunda del hombre es, entonces, la necesidad de superar su separatidad, de abandonar la prisión de su soledad.” (p. 20). Es decir, en un alto porcentaje también existe la necesidad de unirse a una pareja, para poder evitar los sentimientos y las sensaciones de estar separado, de estar solo, quizás podría decir, de no pertenecer a otro.

            Entre las muchas razones para formar una relación de pareja, existen toda clase de posibilidades y de muy diversos tipos. Por ejemplo: En función del espacio físico, lo lógico es que encontremos pareja en aquellos ambientes que son frecuentes y comunes para nosotros, pero, igualmente, existe la posibilidad en cualquier sitio al que voy por primera vez. Hay miles de razones de corte romántico como las que encontramos en películas y novelas, pero también hay razones de utilidad material: lo económico, religión, estatus social, apellidos y familias … Otras como el conocer a la pareja directa y personalmente, al igual que mediante las redes sociales y las páginas de la Web.

            Entre todos los posibles motivos siempre privará el contexto emocional en la formación de las relaciones de pareja. No solamente me refiero al aspecto de los sentimientos positivos como el amor, más bien estoy pensando en las declaraciones y confesiones de muchos pacientes en el consultorio. Por ejemplo, muchos han establecido dicha relación para quitarse de encima a ‘la tía’ que siempre pregunta: - “¿Cuándo te vas a casar?”. Otros para tener una excusa para salir de la casa paterna y así poder huir del ambiente ‘tóxico’ de este. Unos me han señalado que estaban cansados de ir y venir y de los horarios de visita a la pareja. Unos cuantos para poder tener sexo sin tener los gastos del hotel y de los viajes. Otros varios, porque no dejan de existir las situaciones de embarazos antes de tiempo. Lo que me recuerda que otros me han señalado que simplemente querían tener hijos, y por eso formaron la pareja.

            De la misma manera podemos hablar de la formación de estas relaciones como una alternativa de mi expresión de libertad y de decisión, donde yo decido que pareja quiero y deseo. Contrario a otras muchas culturas donde las relaciones de pareja se negocian y acuerdan en función de diferentes criterios, incluso el de compra y venta. En nuestra cultura occidental creemos más en el concepto romántico de establecer la relación con base en el amor, pero en muchas otras esto no ocurre así. De todas formas, en relación con el amor como sentimiento que une a la pareja, dice Sádaba (1995): “No es otro sino el de un sentimiento natural que aproxima a los seres humanos. Se trata de un sentimiento natural de cobijo, protección y preocupación que pone en marcha todas las facultades para el cuidado de los amados produciendo, al mismo tiempo, agrado y satisfacción” (p. 109). Créanme: hay de todo y para todos.


Algunas referencias...

Gray, J.  (1992).  Los hombres son de Marte, las mujeres son de

Venus.  NY, USA: HarperCollins Publishers Inc.

 

Hormachea, D. (1994).  Para matrimonios con amor.

Aprendiendo a vivir con nuestras diferencias. Miami, Usa:

Editorial Unilit.

 

Kendrick, S. y A. (2008). El Desafío del amor.

USA. B&H Publishing.

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sábado, 15 de julio de 2023

LA PAREJA HUMANA (Él y Ella los dos miembros de la pareja)

LA PAREJA HUMANA

(Él y Ella los dos miembros de la pareja)

Por: José Rafael Olivieri Delgado

 

“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó”

(Génesis 1:27, Santa Biblia, 1960)

 

            Tanto el hombre (Él) como la mujer (Ella), han sido retratados y encasillados a través de la ciencia y de su conocimiento dentro de una definición de ‘Ser Bio-Psico-Social’. En particular, las ciencias sociales han buscado conocer la totalidad de cada individuo como ser humano. Incluso antes de Platón, de Aristóteles y de que Sócrates pronunciara su famosa reflexión y exhortación: “Conócete a ti mismo”. Más aún, desde que el hombre tuvo un momento de lucidez y tomó conciencia de sí mismo, se ha hecho dos preguntas centrales: ‘¿Quién soy?, ¿Qué soy?’ Lo sorprendente es que ¡Aún hoy se está buscando responderlas! Lo único cierto que se ha descubierto (y al parecer muchos no están de acuerdo) es que, como individuos, somos tan efímeros como una mota de polvo en el universo, un suspiro en la infinita bastedad de la eternidad, tal como dice el profeta Jeremías: “He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en las manos de Dios.” (Cap. 18:6, p. 717).

            Lo cierto es que la concepción del ser humano ha ido cambiando y evolucionando, conforme como seres humanos hemos ido creciendo y expandiéndonos, no solamente en el conocimiento científico y tecnológico, sino muy particularmente en nuestra visión autorreflexiva de nosotros mismos. Como ejemplo de lo que digo, puedo utilizar los cuestionamientos de Nietzsche (1991), al señalar: “En realidad, ¿qué sabe el hombre de sí mismo? ¿Sería capaz de percibirse a sí mismo, aunque solamente fuese por una vez, como si estuviese tendido en una vitrina iluminada? ¿Acaso no le oculta la naturaleza la mayor parte de las cosas, incluso su propio cuerpo?” (p. 19). A pesar de nuestra curiosidad, mucho es lo que no queremos saber de nosotros mismos.

            En la búsqueda de la identificación del Ser Humano, ha resultado de singular importancia definir cuál es la esencia de cada individuo, cuáles son las fronteras de lo humano. Es decir, cuál es la característica fundamental que hace que el Ser Humano sea humano, y qué lo diferencia del resto de las criaturas. Pero, aunque se ha profundizado ampliamente en esto, aún no se tienen todas las respuestas claras al respecto. Se llevan miles de años de la mano de la filosofía buscando los elementos más profundos de la esencia del ser humano. Ciento y tantos años de la psicología formal y todavía se anda en pañales. Es más, como lo señala Carrel (1955) al afirmar: “El ser humano es demasiado complejo para ser abarcado en su totalidad. Tenemos que dividirle en pequeñas partes por nuestros métodos de observación… Debemos evitar, al mismo tiempo, caer en los errores clásicos de reducirle a un cuerpo…” (p. 74). Somos tan simples como complejos, aún más, somos más que nuestra propia totalidad.

            Para que podamos hablar de pareja es necesario entender primero a cada uno de sus integrantes: Él y Ella. Se plantea entonces la necesidad de reconocer a cada individuo en sus aspectos globales, compuesto de un conjunto de procesos psicológicos y emocionales propios. Capaz de pensar, amar, aprender, relacionarse, comunicarse con los otros y consigo mismo. El cual está sujeto tanto a la lógica y la razón como a los sentimientos, las emociones y sus acciones inconscientes, con un comportamiento visible a través de sus manifestaciones conductuales.

            Hablamos de reconocer tanto a Él como a Ella como individuos únicos y completos. Parafraseando las palabras de los humanistas: como seres integrales, separados e independientes, ubicados en un tiempo, un espacio y en un contexto social. Según la Gestalt, como un todo mayor que la suma de sus partes. Es comprenderlos en la forma como señalan Ortega, Minguez, y Gil (1994): “No existe el hombre biológico, desnudo de cultura, de valores desde los cuales exige ser interpretado. Acercarse al hombre, conocerlo, entenderlo, significa interpretar el mundo de significados o valores a través de los cuales todo hombre se expresa, siente y vive; y el sistema de actitudes ante la vida que le dan sentido y coherencia.” (p. 15). Así son Él y Ella, por un lado, los protagonistas de la pareja, pero primero, seres individuales con toda una historia personal y propia, la cual debe ser conocida y entendida para que puedan funcionar en su rol de pareja.

            Sin embargo, a pesar de su integralidad e independencia, no deja de ser cierto que existe una paradoja entre lo social y lo individual, pues, aunque está rodeado de gente por todas partes, el individuo se siente solo ante su propia existencia. Ello le obliga a encarar sus dudas, miedos y ansiedades, y buscar la compañía de los demás como un medio para superar su soledad, especialmente, la compañía de una pareja. Esta idea fue ampliamente desarrollada por Fromm (1982) y definida en su concepto de: “la separatidad”, cuando señala:

… todo ello hace de su existencia separada y desunida una insoportable prisión… La vivencia de la separatidad provoca angustia; es, por cierto, la fuente de toda angustia. Estar separado significa estar aislado, sin posibilidad alguna para utilizar mis poderes humanos… La necesidad más profunda del hombre es, entonces, la necesidad de superar su separatidad, de abandonar la prisión de su soledad… (pp. 19 – 30).

            Si existe algo que debemos enfatizar desde este mismo momento, es sin duda alguna la necesidad de afirmar que no podemos ser esclavos de nuestra condición de soledad y de separación de los otros. Más aún, por más que estemos ‘desesperados’, jamás debemos permitirnos renunciar a nuestra individualidad, al desarrollo y crecimiento de nuestra propia identidad como individuo total e integro que somos. Esto lo puedo reforzar con las afirmaciones de Fromm (1982) cuando señala:

… el amor maduro significa unión a condición de preservar la propia integridad, la propia individualidad. El amor es un poder activo en el hombre; un poder que atraviesa las barreras que separan al hombre de sus semejantes y lo une a los demás; el amor lo capacita para superar su sentimiento de aislamiento y separatidad, y no obstante le permite ser él mismo, mantener su integridad. En el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos. (pp. 19 – 30).

            Es este pensamiento de Fromm, el que utilizo aquí, para remarcar la necesaria y obligatoria individualidad y diferencia que deben tener cada uno de los miembros de la díada marital, más, sin embargo, a través de su relación, se compenetran a tal extremo, que pueden considerarse uno solo. Como ejemplo de ello, utilizo el mandato Divino mediante el cual Dios estableció el matrimonio, el cual está en Génesis, y dice: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.” (Cap. 2:24, p. 6). Con esta afirmación, pienso que podría decirse que en la matemática de Dios: uno más uno es igual a uno (1 +1 = 1), para referirnos a la unión conyugal.

            En este mismo sentir de ideas, podemos entender a cada uno de los integrantes de la díada marital, como personas que se necesitan profunda e íntimamente. Sin embargo, tal necesidad no puede aceptarse que llegue a ser entendida como el famoso mito de ‘la media naranja’, o el de los “andróginos” de Platón. Es decir, hablamos aquí de dos personas, completas, totalmente desarrolladas en todas sus dimensiones, tal como ya lo indiqué.


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lunes, 3 de julio de 2023

¿POR QUÉ ESCRIBIR ACERCA DE LA PAREJA Y SU PERMANENCIA?

¿POR QUÉ ESCRIBIR ACERCA DE

LA PAREJA Y SU PERMANENCIA?

Por: José Rafael Olivieri Delgado

 

“Dios ha visto lo que han hecho todos ustedes: Cuando eran jóvenes, se casaron y se comprometieron a ser fieles a su esposa. Pero no han cumplido con su compromiso. Nuestro Dios nos creó para que fuéramos un solo cuerpo y un solo espíritu. Nos creó así para que fuéramos un pueblo consagrado a él. Nuestro Dios odia a quienes son violentos y abandonan a su esposa. Por lo tanto, ¡tengan cuidado y no le sean infieles a su esposa!”

(Malaquías 2: 14-16, TLA)

 

            Con base en mi experiencia en el consultorio, voy a realizar este desarrollo de mis ideas sobre las parejas y su relación, intentando abarcar en ellos la mayoría de los aspectos que definen dicha relación. Menciono la expresión de “la mayoría” porque sería utópico e ilusorio intentar abarcar “la totalidad” de los elementos que involucra el tema de las parejas, cuya relación es, a su vez, la que más satisfacciones produce en la vida, pero también por igual, la que más conflictos emocionales crea y moviliza en cada uno de sus integrantes.

            Por ello voy a comenzar con los elementos justificativos de la misma y posteriormente iré construyendo el resto de las ideas al respecto. Algunos textos posiblemente sean extensos, y quizás, tengan un contexto ‘más formal’, pues no me interesa dejar mis ideas en el aire, sino darles el peso teórico y práctico que requiere un tema tan vital como lo es la pareja. Pero, si te interesa el tema, te pido paciencia y comprensión, pues a falta de otro espacio de expresión de estas inquietudes, por ahora, gracias a Dios, se presentó esta oportunidad de comunicarlas.

            Inicio pensando que contrario a lo que muchos piensan, basados en sus experiencias y conflictos emocionales, el lograr llegara a tener una relación de pareja es algo muy sencillo. Lo importante no es establecer esta relación, sino, responder a dos (2) preguntas claves: ¿Para qué quieres una relación de pareja?, y segundo: ¿Por cuánto tiempo la quieres? Lamentablemente, la respuesta ‘verdadera’ a estas 2 interrogantes y a muchas otras, solamente se pueden encontrar en las zonas más profundas de la mente inconsciente de cada persona. En ella están definidos diversos aspectos emocionales como: la identidad del YO, mi autovaloración y todo mi “Sistema de Creencias”, entre otros. Lo que hemos de tener por seguro es que, con base en todos estos elementos, es que se sustenta toda mi vida emocional y TODO lo que voy a realizar en ella, independientemente de si trata de logros o de fracasos, y mis relaciones de pareja no escapan a ello.

            Esto es así, porque una de las áreas prioritarias existentes en la mente inconsciente, posee los esquemas obligatorios de selección de pareja, al igual que los parámetros conductuales que me permitirán permanecer o no en dicha relación. Esto es importante de tener en cuenta porque, para la pareja, la matemática de Dios dice que son: 1 + 1 = 1. Sin embargo, la realidad emocional es que se trata de dos (2) personas diferentes: Él y Ella.

Ambos por igual poseen sus propias identidades y sus respectivas individualidades, así como también arrastran las consecuencias emocionales de sus modelos de aprendizajes parentales a sus respectivas relaciones de pareja. Con base en dichos aprendizajes, cada una de estas dos personas han definido, a su vez, sus propios modelos de vida y de pareja, los cuales actuarán, muchas veces sin darse cuenta, en sus respectivas relaciones.

            Permíteme cambiar de idea para entrar en los antecedentes de este tema y su ¿por qué? Al parecer el ser humano vive de modas, no solamente en lo personal, sino también en sus roles sociales y profesionales. Lo cual pudiese extrapolarse, por igual, al caso de las investigaciones y estudios acerca de las parejas y su relación, particularmente en mi área de la psicología. Lo digo porque el tema central que nos ocupa: la pareja y su permanencia en el tiempo, no es nuevo. Por el contrario, estos estudios fueron muy frecuentes y populares en las décadas de 1960 a la de 1980, como lo demuestran el alto número de estas investigaciones en el período indicado.

            Parto de esta base porque pretendo incluir en paralelo, pesando en la pregunta anterior (¿por cuánto tiempo?), un término del cual ya casi no se habla en las relaciones de pareja, por no decir que ha quedado obsoleto y relegado, me refiero al concepto del “Ajuste en el Matrimonio”. Es este término el que quiero extrapolar y traducir como el de ‘La Armonía Marital’, para poder generalizarlo a todas las relaciones de pareja actuales.

            A pesar de lo indicado, puedo señalar que el tema de la armonía marital, entendiéndolo más sencillamente como el ‘proceso de acoplamiento’ de ambos miembros durante su vida de pareja, no ha pasado de moda. Aunque no deja de ser cierto que, en el proceso de evolución social que se ha vivido desde la época mencionada, la institución del matrimonio ha sido, al igual que muchas otras de las instituciones tradicionales, ampliamente cuestionada en todas sus facetas. Incluyéndose, particularmente, los aspectos de su vigencia, su validez y su permanencia.

            Aunque no deja de ser cierto que, todos estos ataques y cuestionamientos acerca del matrimonio, han tenido mucho éxito destruyendo la vida de muchas parejas, y lo continúan haciendo. Sin embargo, no deja de ser cierto, igualmente, que entre las diversas interrelaciones sociales que establecen los seres humanos, quizás la más importante, de su vida adulta sea, precisamente, la de la relación de pareja. Ella representa, en muchos casos, uno de los más anhelados vínculos interpersonales, no solamente desde el punto de vista emocional y cultural, sino también psicológico y biológico.

            Por ello pienso que, una primera razón de la justificación y de la razón del interés por este tema de las relaciones de pareja y su armonía, debería ser el considerar el anormal incremento en la tasa de separaciones, rupturas y divorcios, así como la pérdida de la estabilidad marital que sufren las parejas hoy día (en cualquiera de sus formas). Dicha situación está claramente reflejada en la gran cantidad de finales trágicos sufridos por las parejas, independientemente del estar en el vínculo matrimonial o no. Esta situación ha implicado diferentes consecuencias, no solamente a nivel individual de los miembros de las parejas, sino familiar y social.

            Este aspecto del incremento de las tasas de divorcio puede apreciarse con base en los registros estadísticos nacionales de la mayoría de los países de Europa, América y otros. A simple vista puede apreciarse como dicha tasa ha ido incrementándose ampliamente a medida que han transcurrido los años. Cabe también destacar que las estadísticas encontradas, usualmente se refieren a las rupturas de parejas legalmente constituidas, es decir, propiamente dicho, los divorcios.

            Estas estadísticas no consideran el importante número de rupturas de aquellas parejas ‘socialmente’ constituidas. La gran mayoría de estas parejas igualmente tienen y actúan una vida marital: cohabitan juntos en el mismo hogar, e incluso, en muchos casos, tienen uno o varios hijos. En mi criterio, estas parejas están sentenciadas a muerte desde su inicio, debido a los conflictos que las dominan.

            Un aspecto paralelo al incremento mencionado es una consecuencia aún menos tomada en cuenta, me refiero a la inmensa mayoría que jamás llegará a formalizar una relación de pareja en ninguna de sus opciones actuales. Sencillamente, sus circunstancias emocionales (conflictos y traumas), no les permiten ni siquiera llegar a plantearse esta posibilidad de la convivencia mutua. Su argumentación emocional únicamente les permite vivir la opción de la soledad y sus consecuencias propias.


Algunas referencias:

Gray, J.  (1992).  Los hombres son de Marte, las mujeres son de

Venus.  NY, USA: HarperCollins Publishers Inc.

 

Hormachea, D. (1994).  Para matrimonios con amor.

Aprendiendo a vivir con nuestras diferencias. Miami, Usa:

Editorial Unilit.

 

Kendrick, S. y A. (2008). El Desafío del amor.

USA. B&H Publishing.

 

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