lunes, 27 de febrero de 2012

CRECIMIENTO EMOCIONAL: Un camino hacia mi bienestar y el de mis relaciones.

CRECIMIENTO EMOCIONAL: Un camino hacia mi bienestar y el de mis relaciones.

Por José Rafael Olivieri Delgado (feb. 2012)

“La verdadera nobleza no tiene nada que ver con ser mejor que los demás. Se trata de ser mejor de lo que eras antes. Céntrate en tu crecimiento, con constante conciencia de que no hay nadie mejor que nadie en este planeta.” (Dyer, 2012)

  

Sentado en mi consultorio entre un paciente y otro, meditando en lo conversado con un paciente anterior, recordé otra pregunta clave del proceso terapéutico: ¿Qué es el crecimiento emocional y para qué sirve? Indudablemente hay muchas preguntas más que se pueden hacer en relación con este tema tan amplio. No deja de ser cierto que todos realizamos un proceso de crecimiento biológico, donde vamos acumulando años de vida, y en términos de lo biológico, vamos ‘madurando’ al irse cumpliendo nuestro ciclo de vida natural. Pasamos por varias etapas: gestación, nacimiento, niñez, adolescencia, adultez, vejez y muerte, sin embargo, no podemos decir lo mismo del crecimiento emocional.

En primer lugar, porque para lograr dicho crecimiento biológico (grosso modo, aunque no es tan simple), básicamente no tenemos que hacer otra cosa más que dejar pasar el tiempo, el cual como todos sabemos, no depende en absoluto de nosotros. Lo que tenemos que hacer es ‘mantenernos vivos’ y el tiempo se encargará del resto, por decirlo así, no requiere de nuestro esfuerzo, … Sí, ya lo sé, eso de ‘mantenernos vivos’ requiere muchas veces de un esfuerzo titánico de nuestra parte en función de lo que vivir implica, pues una infinita mayoría, no lo logra, pero ese no es el camino por el que deseo transitar en este texto.

En cambio, como una diferencia fundamental, mi crecimiento emocional requerirá mucho de mi trabajo, compromiso y responsabilidad, no solamente durante un período de tiempo, sino durante toda mi vida, independientemente de la etapa biológica en la que me encuentre. Porque, como definición general, mi madurez emocional es: mi capacidad de gestionar adecuadamente mis propias emociones, lo cual consiste en saber reconocerlas, manejarlas, regularlas, y por supuesto, aplicarlas dentro de un entorno y tiempo definido, de la mejor manera posible, donde pueda estimular y potenciar no solamente mi propio bienestar, sino el de los que me rodean.

Es decir que mi crecimiento emocional no solamente se aplica a mí mismo(a). También es necesario que he de tener el conocimiento y la habilidad para comprender, reconocer y gestionar, dentro de los límites del respecto y la invitación positiva, las emociones de los demás. Permitiéndome manejar, lo más adecuadamente posible, mis relaciones con las otras personas y con todo mi entorno social y afectivo.

Eso en líneas generales será el qué y el para qué de mi crecimiento emocional. Lo anterior me recuerda un texto que se le atribuye a Charles Chaplin: “Cuando me amé de verdad, dejé de desear que mi vida fuera diferente y comencé a ver que todo lo que acontece, contribuye a mi crecimiento. Hoy sé que eso se llama ... Madurez.” (s/r).

            Por supuesto, tal madurez, solamente será posible después de un proceso de crecimiento emocional, el cual requiere entre otros aspectos: mi atención prioritaria, recursos, trabajo y por supuesto, tiempo. Por otra parte, debemos partir del hecho en el cual es totalmente cierto que, dentro de mi proceso infantil, entre otras muchas cosas, realicé igualmente un primer proceso de crecimiento emocional, en este caso, de forma automática (por llamarlo así).

Es un proceso inicial y natural de aprendizaje de mis emociones, primero, producto de mi necesidad imperiosa de conocer como he de pensar, sentir y actuar en la vida. Segundo, de mi necesidad de identificarme y relacionarme con mi entorno al cual pertenezco, y tercero, de mi búsqueda de la satisfacción de mis necesidades biológicas y emocionales, las cuales me han de permitir y de garantizar mi supervivencia en este mundo.

Dicho aprendizaje original está sujeto a mi entorno social, educacional y cultural, pero muy particularmente, a mi núcleo familiar y parental. En este me enseñan no solamente lo adecuado de las emociones, sino muy especialmente, todo lo enfermo de las mismas, todo ello, es lo que hemos llamado mi mundo de los conflictos emocionales.

Tales conflictos ciertamente llevan implícito el hecho de ser mi propia decisión el aceptarlos, y particularmente, el incorporarlos a mi esquema emocional en mi estructura de personalidad. Sin embargo, resulta que, en la inmensa mayoría de los casos, terminan siendo muy distantes de lo adecuado y de lo deseado. Ellos no me permiten conseguir el bienestar en mi propia vida y en mis relaciones.

Muy por el contrario, en la mayoría de nosotros, dichos conflictos nos han servido para precisamente poder ‘sobrevivir’, en función de los requerimientos negativos de nuestros entornos emocionales. Lamentablemente estos no llevan implícito la calidad y el bienestar, no solamente que deseo, sino a los que tengo derecho como el Ser Humano que soy.  El derecho de vivir adecuadamente en armonía y en sanidad emocional, tanto en lo personal como en mis relaciones.

Comprendo y no deja de ser cierto, lo señalado por Jesús en Juan 16:33 donde dice: “… Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; …” (NTV), en otra versión dice: “… En este mundo van a sufrir, …” (NBV).

Ciertamente, el sufrimiento es una condición inherente al hecho de vivir y particularmente, del universo de nuestras necesidades biológicas y emocionales (pueden preguntarle a Maslow y a su “pirámide de las necesidades” (1943)). Pero tampoco deja de ser cierto que poseemos todo un conjunto de recursos mentales y emocionales, además de los biológicos, para poder superar cualquier situación adversa en nuestra vida.

Poseemos recursos como nuestras decisiones, actitudes, fortalezas, pensamientos, voluntad, accionar, resiliencia, entre otras muchas, que no solamente son parte de nuestra condición humana, sino que, a su vez, son parte de este mundo del crecimiento emocional que podemos lograr.

Por su parte, desde la perspectiva humanista, incluyendo a Maslow, nuestra prioridad principal ha de ser mi propia autorrealización (en todas mis áreas), la cual solamente se puede conseguir, a través de todo el desarrollo de mis recursos y potencialidades (dones, capacidades, habilidades y talentos), a los cuales puedo aspirar y lograr, en mi proceso de crecimiento emocional. No únicamente porque puedo, sino porque es mi derecho y mi decisión.

Recordarán que ya en el escrito anterior les conversé acerca del ‘Cambio Psicológico’, pero la verdad es que la mayoría de los cambios psicológicos están en correspondencia mutua con los procesos de crecimiento emocional, el uno acompaña al otro y viceversa.

Ahora bien, otra gran verdad es que existen varios procesos de crecimiento diferentes, en los cuales las personas pueden llegar a conseguir un crecimiento emocional real. Algunos de ellos, además de los psicológicos, tienen que ver con procesos de crecimiento espirituales, otros culturales, sociales, e incluso, algunas veces con situaciones de enfermedades graves o eventos de vida o muerte, entre otros.

La realidad es que independientemente del origen del crecimiento emocional, la mayoría de estos cambios transforman usualmente, completa y profundamente el sentir de la persona. Afectan por igual a sus actitudes, sus intereses, sus necesidades y particularmente su ‘Sistema de Creencias’ (el cual es fundamental en nuestra ejecución decisional y conductual). Particularmente de su forma de intercambiar ‘Caricias emocionales’, tal como afirmamos en la aplicación terapéutica de ‘las Caricias’ (uno de los varios elementos de las técnicas psicoterapéuticas del Análisis Transaccional (Berne, 1974)).

La suma de estos cambios es lo que te promueve hacia el crecimiento del nuevo nivel emocional, es decir, hacia la búsqueda de una mejor versión de ti mismo(a). De igual manera, en este mundo del crecimiento y sus cambios, es importante tomar en cuenta que la realidad de nuestra vida es que está en continuo cambio, en continua transformación y lo psicológico y lo emocional, no son la excepción.

Por ello frente a mis posibilidades de cambio no debo detenerme, no puedo darme el lujo de inmovilizarme, de seguir aferrado a algo del pasado que ya no me es conveniente, especialmente, si hoy en día me perjudica, como ocurre con la inmensa mayoría de mis conflictos emocionales. Ciertamente debo dejar de ser un esclavo ‘emocional’, principalmente de mí mismo y, de mis aprendizajes no adecuados efectuados desde mi infancia.

De igual manera, es importante tomar conciencia de la emoción que me paraliza frente a mis oportunidades de cambio, la cual es el miedo. Este enemigo oculto dentro de mí mismo debe ser identificado y vencido, de manera muy particular, sobre todo cuando su accionar frena en mí, inmovilizándome, deteniendo mis posibilidades y oportunidades de crecimiento. “Nadie puede ser esclavo de su identidad: cuando surge una posibilidad de cambio, hay que cambiar.” (s/r).

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Referencias:

Berne, E. (1974) ¿Qué dice usted después de decir hola? España. Grijalbo

Dyer, W. 7 PASOS PARA DOMINAR EL EGO. Recuperado en febrero 2012 de:

https://consejosdelconejo.com/consejos-motivacionales/7-pasos-para-dominar-el-ego-por-wayne-dyer/

Lowen, A. (1977). BIOENERGÉTICA. México, Editorial Diana.

Sociedades Bíblicas Unidas. (1960). Santa Biblia. Caracas Venezuela: Fanarte, C.A.



martes, 7 de febrero de 2012

LA CULPA: Mi Emoción Autodestructiva

LA CULPA: Mi Emoción Autodestructiva

Por: José Rafael Olivieri Delgado (feb. 2012)

 

La culpa es una reacción emocional aprendida que sólo puede ser usada si la víctima le muestra al explotador que es vulnerable a ella” Dyer (1982, p. 137)

 

            Miles de lágrimas, quejas, preguntas, inquietudes, excusas, justificaciones y otras cuantas manifestaciones emocionales de este tipo son las que muestran los pacientes en el consultorio, cuando durante su proceso terapéutico se trabaja con la culpa y con su sentimiento de culpabilidad. Su pregunta clásica desde la impotencia que produce esta emoción es: - “¿Qué puedo hacer si me siento culpable?”

La pregunta se entiende porque realmente la culpa es uno de nuestros acérrimos y mayores enemigos de nuestra felicidad. Es un sentimiento que frecuentemente nos limita y nos condiciona a mantenernos en una zona de bloqueo e inactividad, en un malestar emocional muy fuerte y profundo; nos dificulta gravemente el poder avanzar hacia nuestras metas y sueños, peor aún, nos perjudica irremediablemente en nuestras relaciones (pareja, familiares, trabajo y sociales).

Por ello, en relación con dicha pregunta, es indudable que la respuesta debe estar dirigida en función de la persona que pregunta y su propia situación emocional. La parte más difícil de esta será lograr que esa ‘tan anhelada’ respuesta surja del mismo paciente, es decir que él se responda a sí mismo y además en forma adecuada. Yo pienso que cada persona que asiste a terapia debe ser invitada a encontrar sus propias respuestas, pues estas tienen que estar completamente ajustadas a la situación personal, emocional y única de quien pregunta. ¿Y quién conoce mejor tu situación y lo que tú necesitas para resolverla? Solo uno: ¡Tú mismo!

Comprendo que mi función es acompañar a mi paciente en su proceso, darle información, opciones, mostrarle ‘un espejo’ dónde se mire y se descubra a sí mismo, así como invitarlo a que decida su propio crecimiento y bienestar, para que indudablemente, cuando llegue su momento pueda decidir y autosustentarse en su vida emocional, sin la necesidad del apoyo que le brindamos durante su permanencia en el proceso terapéutico.

      La culpa es precisamente uno de los sentimientos que más se oponen a tu propio bienestar. Para comprender esto hay que entender ¿Qué es la culpa?, y ¿Cómo es su proceso en las personas? En este sentido, hay dos posturas que me interesan resaltar de entre las muchas que existen, me refiero a las explicaciones de Dyer (1982) por un lado y a las de Palmero (2002) por el otro. Permíteme empezar por dar una respuesta general a estas preguntas y luego pasar a los conceptos específicos de dichos autores.

En tu búsqueda de este concepto encontrarás por ejemplo que el Diccionario RAE dice: “(1) Imputación a alguien de una determinada acción como consecuencia de su conducta. (2). Acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad por un daño causado” (febrero 2012). Para entender esta definición es necesario dar un rodeo ‘un poco’ extenso dentro de algunos conceptos psicológicos.

El primero es la diferencia general entre emoción que es una reacción psicofisiológica que ocurren de manera espontánea y automática (ejemplo: miedo, alegría, rabia, tristeza, …), y lo que es un sentimiento como combinación de esas emociones y nuestros pensamientos y percepciones aprendidas. La emoción surge antes que la conciencia y es inevitable frente al estímulo que la produce. Por su parte el sentimiento requiere primero de nuestra conciencia, pensamientos y experiencia emocional para luego responder al estímulo.

En este contexto la culpa sería un sentimiento, lo cual está asociado a una connotación muy importante: la culpa es aprendida no nacimos con ella, la aprendimos a sentir y la internalizamos en nuestro esquema de emociones como producto de nuestras relaciones con los demás, según esta perspectiva Palmero (2002) define la culpa como una “emoción social”.

Lo segundo para tener en cuenta es que debo tener una conciencia de quién soy Yo y de los otros, este límite será importante para entender el proceso de autovaloración que necesito para sentir la culpa y el poder llegar a evaluarme como el culpable frente a un evento particular. Tercero, dicha valoración depende de nuestro esquema de comprensión del ‘bien y el mal’, así como de las ‘reglas’ (culturales, morales, éticas, religiosas, familiares…) que rompemos con nuestras acciones no adecuadas. El cuarto aspecto se refiere a la culpa como una emoción “compuesta”, es decir no está sola, sino que se asocia con otras emociones como la tristeza y la rabia dependiendo de ciertas condiciones particulares de cada persona.

Igualmente podría señalar que está relacionada muy íntimamente con otros conceptos de lo que podríamos llamar ‘la telaraña’ de nuestro sistema emocional, me refiero a elementos tales como: autoestima, autoconcepto, autocensura, niveles de perfección, miedos, procesos de pensamiento y su rumiación, así como el mayor de todos: nuestro sistema de creencias emocionales. La culpa es un elemento central de muchos de nuestros conflictos emocionales y, por consiguiente, de sus consecuencias en nosotros y en nuestras relaciones.

Tenemos entonces que en un sentido general la culpa es un sentimiento generado por nosotros mismos con base en nuestro universo emocional interno. Fuertemente relacionado con lo que está bien y lo que está mal. Así como del resultado de cómo nos valoramos frente a nuestras propias acciones en relación con los otros. Existen otros factores asociados a la culpa que desarrollaré a través de este texto.

Con base en lo que cada uno ha sentido en sus propias sensaciones de culpa, podemos comprender que la misma es un sentimiento tanto complejo como muy destructivo en nuestra percepción emocional. No solamente por su origen aprendido, sino también por la cantidad de elementos asociados con nuestro desarrollo individual de pensamiento, emoción y acción. Por ello es vital poder comprender que en la culpa el protagonista de todo el proceso emocional que implica soy yo mismo, pues voy a jugar en los cinco ‘roles’ principales de la misma.

Me explico: (1) Yo soy quien va a ejecutar (u omitir) una serie de acciones específicas. (2) Me voy a convertir en mi propio acusador al evaluar que he trasgredido una norma o una regla. (3) Ahora me convierto igualmente en mi propio juez (la mayoría de las veces con carácter implacable), con lo cual me dicto mi propia sentencia condenatoria. Como juez he de saber que cuanto mayor sea mi nivel de crítica, de auto exigencia, de perfeccionismo, cuanto más altos e inflexibles sean mis estándares para juzgarme, tendré mayores probabilidades de condenarme. (4) Me convierto en mi propio carcelero al aplicarme el castigo que considero que me merezco, con lo cual paso a cumplir mi último ‘rol’ (5): soy la víctima de mi propia culpa.

En relación con el castigo que me aplico, he de saber que el sentimiento de la culpa está acompañado de un amplio conjunto de emociones autodestructivas, entre otras: tristeza, decepción, desánimo, depresión, angustia, frustración, impotencia, rabia, remordimiento. Y de igual manera a un conjunto continuo de pensamientos descalificadores y limitantes, los cuales no solamente me estancan en mi propia prisión emocional, sino que peor aún, limitan mi posibilidad de cambio y de mi búsqueda de soluciones a mi situación emocional.

Entrando ya en la visión que nos ofrecen los dos autores mencionados, podemos comenzar con las consideraciones de Dyer (1982) quien opina que la culpabilidad es en principio una emoción inútil que paraliza a la persona, la hace perder su energía viviendo en situaciones del pasado, perdiendo el presente y su potencialidad. Este autor dice: “La culpabilidad quiere decir que despilfarras tus momentos presentes al estar inmovilizado a causa de un comportamiento pasado” y añade “Con la culpa, te fijas en sucesos pasados, te sientes abatido o molesto por algo que dijiste o hiciste y gastas tus momentos presentes afligido” (p. 127).

A pesar de ello, no deja de ser cierto que muchos, con la sensación de culpa, quieren cambiar lo que a todas luces es imposible cambiar: el pasado. La realidad es: no importa cuán grande sea tu dolor o tu castigo, no puedes modificar tu pasado. Tu opción es vivir un presente distinto con cambios emocionales reales.

A este respecto podríamos añadir una visión interesante sobre esta ‘imposibilidad’ de cambiar el pasado tal como la que nos ofrece Martínez (2006) quien considera que: “… el pasado no es una categoría psicológica cerrada e inmutable.” (p. 288) y afirma “… si una persona logra cambiar el significado que le atribuye a un hecho pasado que influye en él grandemente, este hecho comenzará a influir de una manera completamente distinta.” (p. 289).

A esto es a lo que nos referimos con los posibles cambios que podemos lograr a través de la psicoterapia. Esta me permite realizar una evaluación más adecuada de aquellos eventos traumáticos de mi pasado, bien sea porque yo los actué o bien porque me los hicieron sentir. En definitiva, tengo la opción de cambiar mis percepciones en relación con estos hechos, los cuales, aunque son reales, primero pertenecen al pasado y segundo, ya no tienen por qué continuar haciéndome daño a través de mis sentimientos de culpa.

       La postura de Dyer (1982) habla de la autodestrucción de vivir constantemente recordando el pasado y sintiéndose mal por lo que hicimos en él. Gastando nuestra energía cuando rumiamos nuestros pensamientos en expresiones como ‘si no hubiera hecho eso’ o ‘si no hubiera dicho eso’, siempre resaltando el condicional ‘si’. Dice Dyer (1982): “No hay sentimiento de culpa por grande que sea que pueda alterar el comportamiento pasado” (p. 139). Peor aún, es el hecho en el cual dejamos de vivir el presente al inmovilizarnos mirando hacia atrás, lo cual implica que no podemos avanzar ni estar atentos a lo que sucede en nuestro aquí y en el ahora. Dejamos de disfrutar del único instante real de nuestra existencia: el hoy.

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Referencias:

Diccionario de la Real Academia Española. https://dle.rae.es/culpa. Recuperado febrero 2012.

Dyer, Wayne. (1982). Tus zonas erróneas. Argentina: Editorial Grijalbo

Martínez, J. M. (2006). Amores que duran… y duran... y duran. México: Editorial Pax.

Palmero, F. (2002) Psicología de la Motivación y la emoción. Madrid, España: McGraw-Hill

Shinyashiki, R. (1993). La caricia esencial. Una psicología del afecto. Colombia: Editorial Norma

Sociedades Bíblicas Unidas. (1960). Santa Biblia. Caracas Venezuela: Fanarte, C.A.