domingo, 28 de octubre de 2012

YO, EL HOMBRE BIO-PSICO-SOCIAL: Inmerso en una realidad Espiritual


YO, EL HOMBRE BIO-PSICO-SOCIAL:

Inmerso en una realidad Espiritual

Por José Rafael Olivieri Delgado (octubre 2012)

 

“El amor tiene dos leyes: la primera, amar a los otros;

la segunda, eliminar de nosotros aquello que impide a los otros amarnos.”.

(Alexis Carrel)

 

    El hombre, el Ser Humano, yo mismo, ha sido retratado a través del conocimiento y de la ciencia dentro de una definición de “Ser Bio-Psico-Social”. Desde que tenemos capacidad racional hemos buscado conocernos a nosotros mismos como seres humanos, incluso desde antes de Platón, Aristóteles y antes que Sócrates pronunciara su famosa reflexión y exhortación “conoce a ti mismo”. Desde que el hombre tomó conciencia de sí mismo, y se hizo dos primeras preguntas centrales: “¿Quién soy? ¿Qué soy?” ¡Aún hoy estamos buscando responderlas!

Lo único cierto que hemos descubierto (y mucho no están de acuerdo) es que, como individuos somos tan efímeros como una mota de polvo en el universo, un suspiro en la infinita bastedad de la eternidad, como dice el Profeta Jeremías “He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en las manos de Dios, ...” (Cap. 18, v-6).

Cierto es que nuestra concepción de nosotros mismos ha ido cambiando y evolucionando, conforme como seres humanos hemos ido creciendo, expandiendo no solamente nuestro conocimiento científico y tecnológico, sino también nuestra visión de nosotros mismos. Nos hemos ido dando “calificativos” en la medida que ha evolucionado nuestro conocimiento del hombre. El primero de ellos fue el de Ser Biológico.

Este presentó al hombre atado al cuerpo, a sus limitaciones físicas, a lo que nuestra percepción de nosotros mismos podía palpar. A lo que estaba limitado a nuestros sentidos naturales. Producto de la necesidad de conocer y entender al cuerpo, su constitución, su origen, la vida, la muerte, sus partes. En esa búsqueda surge la definición de la biología, de la medicina y el hombre pasa a llamarse un ser biológico.

Posteriormente apareció la necesidad de un segundo calificativo, en realidad “el orden de los factores no altera el producto”. Nos dimos cuenta de que podíamos pensar, tener emociones, sentimientos, más aún, las podíamos expresar, manifestar, poner en acción. Así en la búsqueda de una definición, surge del griego la palabra “psique” para representar al alma como la suma de todas esas partes no materiales del hombre, las cuales sin embargo se reflejan claramente en las acciones del hombre, es decir, en su conducta.

Un concepto donde poder cohesionar todo lo que en realidad aún no comprendemos del todo. Ese “algo” que nos hace individuales, nos identifica, define, califica y a la vez nos diferencia a unos de otros: nuestra mente. Con ello nos ganamos un segundo calificativo: Ser Psicológico, y el hombre pasó a ser un Ser Bio-Psico.

Al poder expresar y actuar nuestra individualidad, nos dimos cuenta de que no podíamos estar solos, tan sencillo como que: solos acabamos extinguiéndonos. De tal forma que el hombre se integró primero en una familia, luego en un clan y así los grupos fueron creciendo cada vez más. Hasta que nos añadimos el calificativo de Ser Social, porque habitamos en sociedad. Dependemos unos de otros, y no podemos subsistir sin el apoyo de los demás. Pasando ahora a convertirnos en un Ser Bio-Psico-Social. 

Pero el asunto de los calificativos no quedó allí. También hicieron aparición en la escena de los calificativos los economistas, los cuales nos definieron como seres económicos, dependientes de una relación comercial, sujetos a las leyes de la oferta y la demanda, con lo cual ampliamos nuestra definición a un Ser Bio-Psico-Socio-Económico.

Sin embargo, como dice Morin (1997): “La visión no compleja de las ciencias humanas, de las ciencias sociales, implica pensar que hay una realidad económica, por una parte, una realidad psicológica, por la otra, una realidad demográfica más allá, etc. Creemos que estas categorías creadas por las universidades son realidades, pero olvidamos que, en lo económico, por ejemplo, están las necesidades y los deseos humanos. Detrás del dinero hay todo un mundo de pasiones” (p. 100).

Pero cabe ahora la pregunta ¿Define esto al hombre como ser humano? ¿Responde esta definición de nosotros mismos a las preguntas que nos formulamos originalmente? “¿Quién soy? ¿Qué soy?”

Yo, el hombre digo: ¡NO!, me rehúso a ser catalogado como simples piezas de un rompecabezas. Yo, el hombre, el ser humano, soy mucho más que un conjunto de calificativos y definiciones, por muy bien elaboradas y sustentadas que estén las teorías en las cuales se apoyan tales definiciones. Pero igualmente debo defender con argumentos lógicos mi postura, no puedo pretender presentar mis puntos de vista desde una posición netamente pasional. Reconozco y comparto 7.000 años de historia de la humanidad, antes de eso, por lo menos yo, no he visto comprobación alguna del “Big Bang”, ni de la evolución de las especies.

Pensando en el hombre biológico, aquel que está conformado solamente por simples elementos disgregados según el interés de cada ciencia. Desglosado como mero organismo multicelular, con sistema circulatorio, respiratorio, digestivo, huesos, carne, sangre. ¡Eso soy para la Biología! Calificado de biológico por mi naturaleza material, rebajado a la simple categoría de “animal evolucionado”. Emparentado con los simios, descendiente de un “eslabón perdido”.

Con un principio común en las amebas, por allí, hace “n” millones de años, en algún “caldo primitivo”, a merced de una combinación aleatoria, que ni en los más elaborados cálculos probabilísticos es posible. En una suerte de lotería cósmica, que logró hacer que varios átomos (¿De dónde habrán salido?) se unieran en una molécula, y ésta a su vez en un organismo unicelular, luego en multicelular, y finalmente, para evolucionar hasta llegar al hombre. Ante tal relación de hechos, habría que decir: ¡un aplauso a la teoría de la Generación espontánea! 

         No dudo y respeto que, desde el punto de vista médico, gracias a los cada vez más grandes avances tanto en el conocimiento, como en la tecnología médica, la especialización se ha vuelto, no solamente necesaria sino indispensable. El médico de cabecera, que aún hoy en día cumple su noble labor, ha tenido que darle paso al especialista, cada vez más y más “especializado” en su área particular.

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Referencias:

Carrel, A. (1.955). La Incógnita del Hombre. 14ava Edición. México D.F.:

      Editorial Diana.

Fromm, E. (1982). El arte de amar. España: Ediciones Paidos

Khalil, G. (1975). El profeta. Argentina: Editorial Pomaire

Martínez, M. (1999). La psicología humanista: Un nuevo paradigma psicológico.

                       México: Trillas. Editorial Unilit. (1960). Santa Biblia, versión Reina – Valera. USA.

Morin, E. (1997). Introducción al pensamiento complejo. Barcelona: Gedisa

Ortega, P., Minguez, R. y Gil, R. (1994). Educación para la convivencia: la tolerancia

      en la escuela. España: Nau Llibres.