sábado, 23 de diciembre de 2017

LA DEPENDENCIA EMOCIONAL: La prisión a la que no quieres renunciar

LA DEPENDENCIA EMOCIONAL: La prisión a la que no quieres renunciar

Por: José Rafael Olivieri Delgado (diciembre de 2017)

 

Salomón en Eclesiastés 4:9-11, nos invita a reflexionar sobre la siguiente verdad:

“Es mejor ser dos que uno, porque ambos pueden ayudarse mutuamente a lograr el éxito.  Si uno cae, el otro puede darle la mano y ayudarle; pero el que cae y está solo, ese sí que está en problemas. Del mismo modo, si dos personas se recuestan juntas, pueden brindarse calor mutuamente; pero ¿cómo hace uno solo para entrar en calor?” (NTV).

 

Voy a empezar con una idea aparentemente contraria a lo que deseo trabajar y expresar en el resto de este texto: ‘En realidad, todos los Seres Humanos somos en parte dependientes’. Ciertamente, los seres humanos hemos sido creados para relacionarnos los unos con los otros. Nuestra mayor definición como especie es que somos seres sociales. Porque la gran verdad es que, en nuestras necesidades emocionales, todos los seres humanos anhelamos intensamente estar y ser reconocidos, aceptados, valorados y amados en nuestras relaciones interpersonales, sin importar el tipo de relación de la cual se trate.

De hecho, Berne (1979) plantea que además del hambre de alimento tenemos el hambre de “Caricias”, sin las cuales nos moriríamos “al secarse nuestra espina dorsal”, porque las caricias son un reconocimiento que me hace el otro, al hacerme sentir que yo existo y tengo la capacidad de ser amado por el otro. Entonces podría afirmar, en un sentido positivo, que la caricia es amor.

Esta necesidad de ser y sentirnos amados, lo podemos comprobar en las palabras de Jesús en Juan 13:34, cuando nos dice: “Así que ahora les doy un nuevo mandamiento: ámense unos a otros. Tal como yo los he amado, ustedes deben amarse unos a otros” (NTV). Esta orden (en el concepto del amor sano), nos lleva a crear relaciones de dependencia con los otros, tan adecuadas y libres que en ellas todos somos perfectamente autónomos en nuestras decisiones y acciones, pero al mismo tiempo, estamos completamente unidos al otro y a los otros. La idea parte de ser y sentirme el YO autosuficiente e independiente que soy, a pesar de estar unido en un NOSOTROS con el otro.

Sin embargo, en el problema de las Relaciones de Dependencias Emocionales, así como en la mayoría de las personas que la sufren, lo primero que debemos entender es que nunca es ni se trata de un amor auténtico, mucho menos es una expresión de una caricia sana. Especialmente tiene la particularidad de terminar convirtiéndose en una ‘Historia sin Fin’, porque muy lamentablemente, cuando por fin consiguen un final, este es de soledad y carencia. Justo lo que las personas que la sufren habían estado buscando evitar, cuando a través de la Dependencia Emocional se autosacrificaron en un mundo de sufrimiento y degradación voluntario, para ser aceptado y no rechazado por el otro.

Como señala Barradas (2016) “La diferencia entre la interdependencia y la dependencia es que en la primera ambos se llenan, en la segunda, uno de ellos es un barril sin fondo” (p. 26), aunque para mi criterio, ambos miembros de dicha relación son un ‘barril sin fondo’. Al fin y al cabo, este falso amor, más temprano que tarde encuentra su propia lápida, la cual dice: ‘Se entregó tanto que se quedó sin nada’. Es simple: esa entrega desmedida no es amor, sino una prisión.

Habría que comenzar por reconocer que en los procesos de dependencia existen las dependencias naturales y sanas, donde el simple hecho de ser Seres Humanos, ya nos hace dependientes los unos de los otros. Es decir, existen dependencias reales y normales. Para solamente citar algunas, podría incluir las siguientes: las relaciones de los hijos y los padres; del feto en el vientre de su madre. De una víctima real que requiere un salvador auténtico. Nuestra emoción de tristeza frente a una pérdida verdadera. La mayoría de las relaciones laborales, de negocio, de estudio y por supuesto, las sentimentales, todas ellas implican en cierto grado una relación de dependencia, en estos casos normales y sanas. En este sentido, podríamos afirmar que no todas las relaciones de dependencia son inadecuadas.

Incluso, tenemos un término en psicología conocido como ‘Dependencia Adaptativa’, para referirnos a las relaciones de complemento que se fortalecen con y a través del tiempo. Donde cada uno de los miembros aporta lo mejor de sí y potencia el crecimiento del otro, al punto que cada uno adquiere ‘un área de especialización’ en la relación… Para dar un ejemplo sencillo: Tú cocinas, yo lavo los platos… Tú te encargas de las relaciones sociales y yo de la computadora… Lo cual permite afirmar que una relación en dependencia adaptativa se caracteriza por ser: indiscutiblemente complementaria, tener libertad individual, confianza, aceptación, amor y respeto mutuo.

Pero para ser sinceros, el enfoque aquí no son las relaciones de dependencias sanas, sino muy por el contrario, las dependencias emocionales no adecuadas y enfermas. Particularmente las de las relaciones de pareja, las cuales llegan al consultorio con una alta frecuencia y casi constantemente. Sin embargo, hay que decirlo: la gran mayoría de las veces viene el dependiente, no para liberarse de su prisión, sino para aprender cómo convencer al otro para que siga “enganchado” en la relación y no se vaya, ni le abandone. En la mayoría de los casos, esto se aprecia frecuentemente en mujeres sumisas y de baja autoestima, atrapadas con parejas infieles, alcohólicos o maltratadores.

También es bastante común en hombres que están más enamorados del cuerpo y del sexo con su pareja que de la persona en sí misma, dependientes de la comodidad de ser ‘atendidos’ más que de una relación de amor sano.  Donde usualmente estos hombres muy frecuentemente están casados con sus propias madres y no con sus esposas. Indudablemente cada persona y relación tiene su forma y estilo particular, pero al fin y al cabo eso es una dependencia.

Por su parte Barradas (2016) lo aclara cuando señala: “La relación dependiente la genera un miembro inseguro desde un <necesito ayuda>. Y otro inseguro replicando <yo te salvo>” (p. 26). Para el desarrollo de este texto, en principio voy a tocar primero una breve introducción acerca de la parte sana de las relaciones (que quizás suene a un enfoque más ‘romántico’ y altruista, debido a su escasez), para luego desarrollar el tema de la prisión de las relaciones dependientes. Comencemos:

En un sentido positivo, una relación de pareja adecuada requiere, entre otras muchas cosas, de la aceptación y de la solución de sus diferencias. En la mayoría de las veces, para lograr esto, implica renunciar a ciertas cosas y negociar otras, no se trata de anular al otro, sino que se trata de potenciarnos mutuamente en un crecimiento compartido. Para obtener éxito en ello, es necesario hacer una auto renuncia al orgullo, la soberbia y a la necesidad de ser Yo el dueño del otro. Por supuesto, es obligatorio renunciar al miedo a la soledad y al miedo a sufrir en la relación.

En palabras de Riso (2006) “El amor de pareja es una comunidad de dos, donde nos asociamos para vivir de acuerdo con unos fines e intereses compartidos” (p. 11). Esto me recuerda lo dicho por Jesús en Mateo 19:6 cuando dice: “Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (RVR).

Podría atreverme a realizar una interpretación de esto último y entender que me está diciendo: que en el desarrollo y en la construcción de una relación de pareja sana y armónica, se requiere considerar a esta díada como una unidad indivisible e igualitaria. Cuya meta principal es cultivar los valores y atributos positivos de su relación que, si bien estos son anhelados por muchos, pocas parejas logran establecerlos y conseguirlos.

De lo que estoy hablando, es de un amor solidario que permite que cada miembro de la pareja se afecte mutuamente, en una correspondencia participativa por igual. Donde el actuar se hace a favor del otro, no de mi egoísmo. Implica el compartir intereses, metas, sueños y esperanzas. Donde tu felicidad es mi felicidad, tu dolor mi dolor, tu necesidad mi necesidad. Y sin embargo a pesar de todo ello, no dependo de ti para vivir, no me da miedo perderte, aunque tú a mi lado haces que todo sea mejor y viceversa.

Esto es posible porque este tipo de relación no se basa en la ‘necesidad’ de tenerte a mi lado, sino muy distante de ello, está en la decisión del compartir nuestro crecimiento juntos. Donde sé y comprendo que tú me haces ser mucho más que si estuviese solo, pero al igual que si estuviese solo, sigo siendo yo, con, sin o a pesar de estar o no a tu lado. Tal como señala Riso (2006) “Para amar no debes renunciar a lo que eres. Un amor maduro integra el amor por el otro con el amor propio, sin conflicto de intereses” (p. xvi).

Por ello comprendo y actúo una relación donde aún en los momentos difíciles, estamos juntos; donde te tomo en serio, te valoro, te respeto y nos preocupamos mutuamente por el bienestar del otro. Donde defendemos mutuamente nuestra relación, no permitiendo que padres, amigos o hijos, puedan contaminar lo que juntos hemos sembrado y cultivado. Donde luchamos uno al lado del otro, sabiendo que cuento contigo para todo, porque sé que ninguno defraudará al otro, ni faltará a sus promesas.

Este tipo de relación no es para llenar vacíos, sino para construir una roca sólida y alta, que no nos aísla de los demás, sino que nos une con aquellos que comparten nuestra visión de la vida y de las relaciones. A su vez, por igual, nos protege de aquellos cuyo mundo de mezquindades, carencias e incapacidad de amar, envidian nuestra libertad de ser y estar siendo uno, a la vez que somos dos independientes y completos. Es decir, todo lo anterior puede llegar a resumirse, de acuerdo con la matemática de Dios, según su ecuación para la pareja la cual es: 1 + 1= 1.

Entonces de lo que estamos hablando es de una relación donde cada miembro de la pareja, como individuo único que es y que existe por igual en la relación, tiene sus propias necesidades, gustos, requerimientos, capacidades y demás características humanas que nos definen. Más lo importante de la relación diádica, unida en el amor verdadero, es su capacidad de reciprocidad, en la cual el equilibrio mutuo da igual valor a cada uno y a la relación en sí misma. La cual se sustenta en las bases de apoyo, confianza, imparcialidad y justicia, que permitan por igual el sentimiento de equidad entre ambos, donde no es más importante el YO, ni tampoco lo es el TÚ, sino que lo realmente importante es el NOSOTROS.

Es una relación donde puedo llegar a expresar y sentir que a veces no sé dónde termino yo y dónde comienzas tú, pero sé y siento que, aunque llenas mi espacio y mi vida, nuestra independencia y autonomía fluyen en libertad entre nosotros. No me perteneces, no te pertenezco y sin embargo soy tuyo totalmente, porque he decido ser uno contigo. Dicho lo anterior y para decir la verdad, ya mi idea de unión y libertad fue expresada por Gibran (1983) cuando señaló en su capítulo del matrimonio:

“Pero que haya espacios en vuestra comunión, y que los vientos del cielo dancen entre vosotros. Amaos uno al otro, pero no hagáis del amor una traba. Que sea más bien un mar bullente entre las payas de vuestras almas. Llenaos las copas el uno al otro pero no bebáis en una sola copa. Compartid vuestro pan, pero no comáis del mismo trozo. Bailad y cantad juntos y sed alegres; pero permitid que cada uno pueda estar solo, al igual que las cuerdas del laúd están separadas y, no obstante, vibran con la misma armonía” (p. 26).

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Referencias:

Barradas, A. (2016). A veces cupido tiene mala puntería. Reflexiones sobre el amor, el sexo y la

 infidelidad. 4ª Ed. Venezuela. Ed. Diana.

Berne, E. (1979). ¿Qué dice usted después de decir hola? 9na edición, Barcelona.

Ediciones Grijalbo

Congost, S. (2014) Manual de dependencia emocional. http://psicopedia.org/wp-content/

uploads/2014/02/GUIA-DEPENDENCIA+EMOCIONAL.pdf

Gibran, K. G. (1983). El Profeta, Argentina: Editorial Pomaire    

Lowen, A. (1977). BIOENERGÉTICA. México, Editorial Diana.

Martínez, J. M. (2006). Amores que duran… y duran... y duran. México: Editorial Pax.

Riso, W. (2006) Los límites del amor, Hasta dónde amarte sin renunciar a lo que soy.

Bogota, Ed. Norma S.A.

Shinyashiki, R. (1993). La caricia esencialUna psicología del afecto. Colombia: Editorial Norma

Tyndale House Foundation. (2010). Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente. USA

 






sábado, 15 de abril de 2017

LA INFIDELIDAD: Destruir el amor para ser esclavo de la rabia



LA INFIDELIDAD: Destruir el amor para ser esclavo de la rabia

Por: José Rafael Olivieri Delgado (abril de 2017)

 

“Es una pareja que no surge de la noche a la mañana sino de largas horas de práctica, de caídas, de aciertos, de fallas, de accidentes, de errores, de éxitos y que siguen porque saben que no lo han alcanzado todo y que de la única manera que pueden seguir juntos es sirviéndose, apoyándose, sometiéndose mutuamente, trabajando juntos con mucho amor y paciencia, cada día y hasta el término de sus vidas.” (Hormachea, 1994, p. 103)

 

            En mi criterio, para la inmensa mayoría de la sociedad actual, los conceptos de matrimonio duradero y fidelidad se han convertido en una mentira, en una falacia imposible de alcanzar. Pienso que lo único real que refleja este tipo de pensamiento, es lo enfermo que estamos a nivel emocional, tanto las personas individualmente como la sociedad en su conjunto. Hemos perdido nuestros valores morales, sociales, éticos y peor aún, hemos perdido nuestra propia dignidad como seres humanos. Todavía más allá, hemos perdido el respeto por las personas que más deberíamos amar y proteger: nuestro cónyuge y nuestros hijos. Finalmente, y lo más grave de todo, hemos despreciado a Dios y a sus principios para el matrimonio, la familia y para las relaciones humanas.

Las razones como lo veremos a lo largo de este texto (y en su conjunto en todos mis textos), están entrelazadas en las múltiples vías de la formación de los conflictos emocionales de cada persona. Cadenas de secuencias de aprendizajes de generación en generación, donde hemos ido destruyendo lentamente los principios y los valores sanos de las relaciones interpersonales, en particular la matrimonial, así como a los individuos producto de esta relación (los hijos). Hemos intercambiado estos valores por el libertinaje de nuestras pasiones y la búsqueda del placer sin límites ni fronteras.

Todo lo anterior cobra especial interés en lo referente al tema que me ocupa en este momento: La Infidelidad en las relaciones de pareja. Considero que sus orígenes seguramente se remontan al mismo principio de la raza humana. Muy probablemente no podemos incluir a Adán y Eva en esta práctica, pero si es casi seguro que, de allí en adelante, el tema ya existía.

Todo esto sin dejar de considerar que la infidelidad es una de las expresiones que mejor reflejan mi propia falta de amor a mí mismo. No solamente por el daño que produzco en los otros, sino por toda la autodestrucción emocional que crea en mí, al exponerme al fracaso y muchas veces, no solamente al odio de los que afecto, sino a mi propia expresión de odio por mi vida. Cabría recordar la expresión de Félix Larocca (s/f): “¡La infidelidad es tan buena que nunca debe de ser saboreada, porque como sucede con las drogas todo lo que es noble lo destruye!”.

            Sería conveniente empezar por recordar que un matrimonio sano es aquel cuya base principal, es un acuerdo mutuo y absoluto de compartirlo todo, tanto lo bueno como lo malo por toda la vida. Particularmente su primera cláusula, la cual debe ser el principio de exclusividad mutua, es decir la fidelidad absoluta del uno por el otro. De allí que el concepto más transparente de la intimidad y la confianza de ambos cónyuges sea: ‘Yo jamás voy a hacer nada que te dañe a ti, Tú jamás vas a hacer nada que me dañe a mí’. Porque más allá del sentimiento de amor, ¡Vivir en pareja, en el vínculo matrimonial, es una decisión de ambos cónyuges! Entendiendo que las decisiones están más allá de la voluntad, más allá del querer, son la afirmación de una verdad que me define y que la actúo por convicción propia.

En pocas palabras, la relación matrimonial es ‘un trabajo en equipo’, donde cada uno define el mismo norte con, por y para el otro: seguir juntos en amor por toda la vida. De hecho, Eclesiastés 9:9 nos recuerda: “Vive feliz junto a la mujer que amas, todos los insignificantes días de vida que Dios te haya dado bajo el sol. La esposa que Dios te da es la recompensa por todo tu esfuerzo terrenal” (NTV). Ahora bien, este equipo que es la pareja se identifica y caracteriza por dos palabras fundamentales que definen su unión, las cuales deberían ser: compromiso y responsabilidad.

Lamentablemente dichas palabras, por lo general, no existen en la mayoría de las personas, y mucho menos, en las ‘uniones libres’ que hoy en día se dan tan frecuentemente, donde sí, dos personas deciden vivir y compartir una relación de pareja, pero la condición principal de esta unión es: ‘por un tiempo limitado y hasta que nos cansemos el uno del otro’.

Tenlo por seguro, la inmensa mayoría (por no decir la totalidad) de estas relaciones ‘actuales libres’ están destinadas al fracaso. Los modelos argumentales enfermos de ambos individuos, las prohibiciones de pareja, los permisos de infidelidad, los modelos de soledad, los aprendizajes de los fracasos matrimoniales de los padres…, terminan por garantizar la destrucción de estas relaciones. Cuya principal característica es la falta de compromiso y responsabilidad, tanto en cada individuo en sí mismo como en la pareja en su unidad. Comprendamos que mientras más alto es el nivel de compromiso entre ellos mayor será la fidelidad y durabilidad de la relación, igualmente será mucho más difícil romper los lazos de amor, respeto y apoyo mutuo, así como la búsqueda de las soluciones a los conflictos será una constante de unidad.

Para aquellos que han participado del acuerdo matrimonial, sea civil o eclesiástico, saben bien que la cláusula obligada de su contrato es la de la fidelidad conyugal, es decir, que los cónyuges se prometen la lealtad amorosa tanto espiritual como física. Las cláusulas matrimoniales son todas bien claras y explícitas, no existe la “letra pequeña” en este contrato. Lamentablemente, dicho contrato no existe en las uniones libres, pues siguen el principio de ‘según vaya viniendo, vamos viendo’.

Está claro que, bajo esa filosofía jamás podrán tener ‘un norte juntos’, porque cada uno apunta hacia su propia individualidad y hacia su propia satisfacción personal. Te voy a dejar un fragmento de un programa de radio, que habla de estos tópicos:

Aquí inclusive surge otro concepto maravilloso. El amor es algo que se aprende. Los esposos necesitan aprender a amar a sus esposas y las esposas necesitan aprender a amar a sus esposos. Pero no pierda de vista amable oyente que amar a la esposa o amar al esposo es una orden. La Biblia apela a la voluntad de la persona, porque es la persona quien debe decidir si ama o no ama. Cuando a pesar de sus luchas y sus diferencias, un matrimonio decide someter su voluntad a Dios, indefectiblemente tiene que decidir amarse el uno al otro y de esa manera se garantiza la integridad del matrimonio. Cuando se manifiesta este amor, no habrá lugar para la incompatibilidad de caracteres, ni para la falta de admiración del uno para con el otro, ni celos ni envidia ni rivalidad ni infidelidad y el matrimonio funcionará como Dios lo describe en su palabra.

(Tomado de:  http://labibliadice.org/

programa/2017/01/07/audio-19870/)

 

¿Qué es Fidelidad?:

            Antes de seguir profundizando y desde la posición opuesta, permíteme responder a la pregunta: ¿Qué es FIDELIDAD? Existen desde luego muchas referencias a nivel del diccionario, la intención es formarse una idea del conjunto de ‘palabras’ que identifican cada definición individual. Por ejemplo, a nivel general se encuentra: “Exactitud en la ejecución o realización de una cosa”. Otra: “Lealtad y constancia en las relaciones o ideas”. Más amplia: “La fidelidad es también una observancia rigurosa de la verdad, es decir, un cumplimiento riguroso de la precisión en la reproducción de un texto, de una entrevista o de una narración”.

A medida que voy colocando otras definiciones, tomadas de los diferentes diccionarios, me interesa destacar e invitarte a crear una lista amplia de los términos que definen la palabra fidelidad para ti mismo(a).

Porque fidelidad no se aplica solamente al tema particular de las relaciones de pareja, sino que tiene que ver con un mayor universo de relaciones tales como: las de padres con los hijos y viceversa, de los amigos, de los negocios, del trabajo ... Es decir, fidelidad es un tema que aborda todas las esferas humanas. Incluso con Dios: “Deriva de la palabra en latín, fidelitas que significa servir a Dios. Es una característica de quien es leal, en quien se puede confiar y creer, porque es honesto y respetable. En su nivel más abstracto implica una conexión verdadera con una fuente o fuentes”.

En general estas palabras definen cualidades, atributos y actitudes que permiten reconocer a una persona fiel. Señalan el conjunto de valores que posee y actúa una persona que ha decido un modelo de fidelidad en su vida, en primer lugar, consigo mismo y por consiguiente con los demás. Quizás el mayor enfoque de la fidelidad es el de jamás llegar a traicionarte a ti mismo. Respetarte y amarte a ti mismo requiere de una estructura de personalidad sólida, de fidelidad a ti mismo. Allí es donde realmente comienza el proceso de lo que llamamos fidelidad: ¡En ti mismo! Por supuesto, totalmente opuesto a lo que apreciamos en la inmensa mayoría de las personas y relaciones de hoy en día: un modelo de infidelidad.

     Para completar esta idea, existen otras definiciones más centradas en las parejas como son: (1) la persona fiel es “siempre cumplidor de sus pactos y promesas”. (2) “Actitud de la persona que no traiciona la confianza puesta en ella”. (3) La fidelidad se basa en la palabra: “emunah, cuya raíz, aman, significa seguridad o firmeza”. (4) “La fidelidad es una actitud de alguien que es fiel, constante y comprometido con respecto a los sentimientos, ideas u obligaciones que asume”. (5) “Tener fidelidad es una expresión usada para nombrar al o a lo que tiene constancia. Ejemplo: La fidelidad de un cliente, la fidelidad de un amigo, la fidelidad de Dios, la fidelidad del esposo o la esposa, etc.”.

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Bibliografía:

Ediciones Larousse (2004). El pequeño Larousse 2004. México: Ediciones Larousse.

Hormachea, D. (1994). Para matrimonios con amor. USA. Ed. UNILIT.

Khalil, G. (1975). El profeta. Argentina: Editorial Pomaire

La auténtica razón por la que somos infieles. Recuperado enero 2017 de:

http://www.msn.com/es-ve/estilo-de-vida/relaciones/la-aut%c3%a9ntica-raz%c3%b3n-por-la-que-somos-infieles/ar-AAlVfxi?li=BBqdpgX&ocid=mailsignout

Larocca, F. Recuperado enero 2017 de:

http://www.monografias.com/trabajos49/la-infidelidad/la-infidelidad2.shtml

Martínez, J.M. (2006). Amores que duran… y duran... y duran. México: Editorial Pax.

Shinyashiki, R. (1993). La caricia esencial. Una psicología del afecto. Colombia: Editorial Norma

Tyndale House Foundation. (2010). Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente. USA