jueves, 26 de enero de 2012

EL CAMBIO PSICOLÓGICO: Reorientar lo emocional hacia su sanidad

EL CAMBIO PSICOLÓGICO: Reorientar lo emocional hacia su sanidad

Por: José Rafael Olivieri Delgado (enero 2012)

 

“Decida que es usted quien debe cambiar y determine hacer todos los cambios que sean indispensables e inícielos inmediatamente, ni siquiera se imagine que las cosas van a cambiar sólo por accidente.” (Hormachea, 1994, p. 139).

  

Ante la pregunta que les hago a mis pacientes (clientes), cuando vienen al consultorio por primera vez: ¿Qué buscas con este proceso de terapia?, la respuesta, en la casi totalidad de las veces es inequívocamente: - “quiero cambiar”. En principio, esta es una respuesta ‘honesta’ desde su perspectiva emocional. Particularmente porque en este contexto las personas que buscan la ‘ayuda terapéutica’ usualmente se encuentran en un abismo de dolor, insatisfacciones, inestabilidad y otras cuantas emociones de este mismo corte ‘negativo’. Estas les han hecho sentir que han llegado al ‘fondo de tal abismo’.

Es igualmente probable que hayan intentado varias soluciones, desde sus mismas circunstancias emocionales, las cuales no han aportado los resultados deseados. Por ello es por lo que han terminado sintiendo y pensando que, para encontrar dicha solución, requieren de hacer uno o varios cambios. Lo que finalmente los ha llevado al contexto psicoterapéutico a probar si esto es posible.

Ciertamente el cambio, desde la perspectiva psicológica siempre es posible, aunque he de reconocerlo, muchos vienen buscando esta realidad que muy pocos encuentran, por lo menos de forma permanente. A pesar de su honestidad, una gran mayoría, particularmente, los que vienen por conflictos y problemas con la pareja, vienen buscando el cambio del otro. Piensan y siente que el culpable de sus situaciones emocionales es el otro, nunca ellos mismos o lo que es más exacto, desconocen que la responsabilidad de todo lo que ocurre en cualquier relación, es de ambos por igual (50% para cada uno).

Lo cierto es que esto es otra de las realidades del cambio psicológico, no solamente va a cambiar lo externo, el cambio principal y fundamental es obligatoriamente mi propio cambio interno, antes que la invitación de cambio a la otra persona.

 Otro desconocimiento asociado a este ‘querer cambiar’, es la falta de comprensión sobre la implicación y la profundidad de esta frase ‘aparentemente inocente’. Aquí hablamos no de un cambio aleatorio, sino por el contrario, de un proceso lento, a mediano plazo y, por si fuera poco, muchas veces difícil. Especialmente si hablamos de mi cambio interno al nivel de mis propios conflictos emocionales. Lamentablemente, la mayoría de las personas vienen buscando ‘una píldora mágica’ que les cambie rápidamente y de una sola vez, lo cual, por supuesto, no es posible.

De hecho, frecuentemente les digo: - “yo soy psicólogo, no hago milagros”. Sobre todo, cuando tomamos en cuenta que la finalidad del proceso de cambio psicológico (psicoterapéutico), no es resolverle los problemas al paciente. No somos ‘quienes’ para dirigir su vida, el objetivo real, es que ellos aprendan a generar sus propias soluciones adecuadas, presentes y futuras, a sus propios conflictos, de tal manera que asuman su propio crecimiento y autonomía en su vida.

Al respecto, sería bueno recordar que Shinyashiki (1993) nos comenta: “Cambiar es un acto sencillo, aunque es posible complicarlo de muchas maneras. La gente complica el cambio, pensando que éste se va a realizar solamente porque se quiere hacer. No siempre eso es verdad, y muy rara vez resulta. Más importante que el deseo es el compromiso con el cambio” (p. 141).

En relación con lo anterior, partamos de una realidad incuestionable: todo en el universo cambia, y el Ser Humano no es la excepción, lo único constante que existe, es justamente: el cambio continuo de todo. Un ejemplo fácil de ver: ya no eres el mismo de hace 1, 10, 20 o más años. Pero sí, la realidad del cambio emocional parte de su necesidad de trabajo, compromiso, responsabilidad y otras variables más, no es una cuestión de solamente quererlo. Eso de “querer es poder” no es tan cierto como lo pintan, al ‘querer’, hay que acompañarlo de unas cuantas cosas más para hacerlo posible.

Podemos ver que la razón de la dificultad del cambio y, por consiguiente, del tiempo necesario para ello, lo bosqueja inicialmente Hormachea (1994) cuando opina: “Por supuesto que el cambio es difícil y algunos pueden realizarlo solamente cuando han experimentado el dolor de llegar al fondo del abismo. El cambio es algo interno. Tiene que ver con lo que somos. Solamente un cambio interno puede producir un cambio en el comportamiento y consecuentemente en un estilo de vida diferente.” (p. 146).

En este sentido, es de algunas de estas verdades de las que quiero hablar: El cambio psicológico implica mucho más allá que un sencillo ‘deseo de hacerlo’. Comprende en primer lugar, un compromiso y una responsabilidad conmigo mismo. Por ejemplo, no es posible cambiar si esperamos a que el otro cambie primero, con esto, además de una pérdida de tiempo, frustración, rabia y otras emociones por el estilo, lo único que consigo es hundirme más y más en mi propia inconformidad y amargura.

Igualmente hemos de partir de una base no comprendida: los psicoterapeutas utilizamos una serie de técnicas y recursos de corte psicológico y emocional para invitarte a cambiar, pero el cambio es tu trabajo, es tu propio esfuerzo y, por lo tanto, es tu propio logro. Nuestro trabajo es hacerte esa invitación, a veces lo logramos (tú te beneficias), a veces no (te llevas unas cuantas cicatrices, pero básicamente sigues igual).

Somos los primeros que debemos dejar esa falacia de cambiar al otro de lado y, sobre todo, bajarnos de ese falso pedestal, de creer que podemos cambiar al otro porque queremos. Al respecto, Hormachea (1994) nos recuerda: “Quienes se proponen tratar de alcanzar la imposible meta de cambiar a la otra persona y transformarla a su imagen y semejanza, no sólo están perdiendo su tiempo y llenándose de frustración, sino que además están tratando de destruir aquello que caracteriza a una persona y están oponiéndose al deseo divino.” (p. 79).

Ello contiene otra gran verdad: Cuando logras triunfar en tu proceso de cambio, no es que te transformas en otra persona, nada está más lejos de la realidad. Tu cambio te lleva a utilizar en forma más acertada los nuevos recursos emocionales adquiridos en tu proceso. Ahora tus pensamientos, emociones y acciones, se integran para trabajar a tu favor con decisiones más adecuadas ubicadas en tu realidad y en todo tu contexto emocional. Con ello tu posibilidad de triunfo y bienestar se hace real, no eres otro, eres tú mismo(a), pero ahora vives la vida que quieres, decides y puedes para ti mismo(a) y por supuesto, para aquellos a quienes amas, recuerda: el secreto del cambio está en compartirlo.

En este mismo orden de ideas, nadie puede cambiar en el otro, ni por los cambios del otro, cada uno de nosotros debe cambiar obligatoriamente en sí mismo. El otro puede ser un referente para mi cambio, por ejemplo, desde la admiración (también la venganza puede cambiarme, pero esta opción no te la recomiendo). Este cambio propio es otra de las razones donde encontramos parte de lo difícil o de lo ‘complicado’ del cambio emocional.

La razón básica es que hemos vivido de una manera no adecuada, enferma, generadora de conflictos, durante toda la vida hasta este momento, por ello es por lo que lo quiero cambiar. Pero esto trae un problema, estamos acostumbrados a ‘ser así’, es nuestra zona de comodidad, tal vez ese modelo de vida nos sirvió en algún momento del pasado, y pretendemos que nos siga siendo útil hoy. Esto nos lo recuerda Hormachea (1994), cuando dice: “Lo más lamentable es que algunos se justifican diciendo que así nacieron y que así van a morir y encuentran en su doloroso pasado, la justificación a permanecer enfrentando la vida con actitudes erróneas.” (p. 86).

No comprendemos que el momento presente es diferente, que las personas a mi alrededor son distintas, tan sencillo como que la vida misma es totalmente dinámica siempre en evolución, donde lo único fijo y seguro es precisamente, el cambio. Por lo que ese modelo de vida ya no me es útil ni adecuado, por el contrario, ahora me invita a generar situaciones de angustia y ansiedad.

Esto quiere decir que debo luchar contra mí mismo, contra mis costumbres y hábitos, por lo tanto, debo hacer un esfuerzo continuo para lograrlo. Porque cambiar debe ser una prioridad importante en mi vida, para que pueda dedicarle el tiempo, el esfuerzo y los recursos que necesito para lograr mi meta de crecer. Eso no se puede hacer, a menos que este comprometido y que me responsabilice de mí mismo y de mi decisión de cambio.

Tal como lo señala el Apóstol Pablo en Romanos 12:2 “No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar. Entonces aprenderán a conocer la voluntad de Dios para ustedes, la cual es buena, agradable y perfecta.” (NTV), sobran las palabras, ... ¡Cambia tu manera de pensar y cambiará tu mundo!

Un segundo punto interesante es ese del ‘llegar al fondo del abismo’, para que se pueda manifestar y darme cuenta de mi necesidad de cambiar, dado mis sentimientos de dolor y de angustia que tal abismo produce en mi seguridad emocional. Lamento decirles que esta es una de las realidades más dolorosas de la necesidad del cambio de los pacientes, tristemente muchos de ellos esperan a encontrarse en ‘el fondo’ antes de moverse en la dirección de cambiar.

Esperan prácticamente hasta el final, cuando ya las emociones negativas asociadas han desatado tal nivel de angustia y ansiedad, que pareciera que ya no se puede hacer nada, pero, por el contrario, siempre tendremos opciones para accionar a favor de un cambio de nuestras situaciones negativas.

Recuerdo una frase que dice: “Una vez que estamos en el fondo, solamente queda volver a subir” (s/r). Este fenómeno de esperar a lo último tiene varias razones como el orgullo, el miedo, no creer ni saber que el cambiar (psicológica y emocionalmente) es una realidad al alcance de todos. Incluye también la falta de recursos, no creer en los terapeutas porque son personas que también tienen conflictos, …

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Referencias:

Hormachea, D. (1994).  Para matrimonios con amor.  Aprendiendo a vivir con nuestras diferencias. Miami, Usa: Editorial Unilit.

Lowen, A. (1977). BIOENERGÉTICA. México, Editorial Diana.

Martínez, J. M. (2006). Amores que duran… y duran... y duran. México: Editorial Pax.

Shinyashiki, R. (1993). La caricia esencial. Una psicología del afecto. Colombia: Editorial Norma

Tyndale House Foundation. (2010). Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente. USA

 

 

martes, 3 de enero de 2012

El Compositor

EL COMPOSITOR

Por José Rafael Olivieri Delgado

 

Les narro una historia que me pasó hace mucho tiempo…

Fui a la celebración de la boda de un buen amigo mío, la cual se realizó en una pequeña iglesia de su localidad. 

Una iglesia modesta, pero hermosamente decorada con los atavíos propios para tan feliz ocasión, flores de varios tipos y colores, lazos y hasta velas adornaban el pasillo central que conduce al altar. 

El novio vestido con un fino traje azul con su respectivo clavel en el ojal.

La novia muy hermosamente vestida se asemejaba a una rosa blanca bañada por el rocío matutino.

El sacerdote conforme a su envestidura comenzó con los pasos típicos de todas las bodas…

Hizo las preguntas formales… y cumplió con los respectivos rituales, todo impecablemente bien llevado…

Y comenzó con el acostumbrado sermón de rigor…

¿Acostumbrado sermón?

El sacerdote predicó sobre Dios y su visión del matrimonio basado en Génesis 2:24…

Los deberes de los cónyuges con el enfoque del Apóstol Pedro en su 1.er carta 3:1-7…

Las exhortaciones para someterse las esposas y los esposos unos a otros del Apóstol Pablo en Efesios 5:21-33…

Las palabras de Jesús en relación con el matrimonio y el divorcio en Mateo 19:1-12; y Marcos 10:1-12…

Salpicó su charla en varios puntos con las enseñanzas de Proverbios de Salomón…

Hizo una hermosa descripción del amor entre los esposos tocando los versículos de Cantar de los Cantares de Salomón…

Finalmente, terminó haciendo un cierre magistral con la descripción del amor verdadero de 1.er Corintios 13:4-8 del Apóstol Pablo…

Yo estaba completamente embelesado… me habían dejado en mi asiento atónito… saboreando el dulce néctar del amor de Dios para todos…

Vi el rostro de mi esposa como quien contempla la más hermosa obra de arte pintada por Dios mismo …

Todo mi ser clamaba en alabanza y adoración al Altísimo creador de todo el universo …

Cuando terminó la boda, no me pude contener y fui a felicitar al sacerdote por tan excelente sermón ...

Entre mis expresiones de agradecimiento y felicitaciones, se me ocurrió decirle al sacerdote …

- “De verdad que usted es un excelente músico, y sabe cómo tocar muy bien su instrumento”

A lo cual el predicador me contestó:

- “Yo podré ser un buen músico, pero, Dios es EL COMPOSITOR de toda la música que me da para tocar” …

Desde aquel día me convertí en músico… 

Te invito a que tú también seas un músico de Dios

 


El Pastor

EL PASTOR
(Oí este cuento en un programa en la radio, y lo adapté para compartirlo con todos ustedes. J. Rafael Olivieri)

 Un grupo de amigos estaban reunidos en ocasión de celebrar, el éxito de una obra de teatro cristiana que acababan de presentar.

Por supuesto, entre ellos estaba el actor principal de la obra, quien había realizado el anhelado papel de Cristo, y en el cual tenía mucha experiencia, aparte de una excelente calidad en su desempeño actoral. También estaban los otros actores y un nutrido grupo de amigos e invitados, entre los cuales se encontraba un viejo predicador.

Por una de esas “casualidades” del Señor, la conversación giró en torno a la Biblia, después en los salmos y finalmente llegaron al Salmo 23.

Fue entonces, cuando uno de los presentes, sugirió la idea de que el actor principal recitara dicho salmo a todos ellos.  Él acepto, con la condición de que una vez que hubiese terminado, el viejo predicador también debería recitar el salmo 23, lo cual el predicador igualmente aceptó.

El actor se preparó… saco su mejor arsenal actoral… su mejor voz… sus mejores gestos…

La concurrencia estaba a la expectativa… atenta… Todos estaban concentrados en tan excelente y maravillosa oportunidad de ver en vivo esta interpretación…

Y el actor comenzó…

SALMO 23
Jehová es mi pastor
Salmo de David.
1 Jehová es mi pastor; nada me faltará.
2 En lugares de delicados pastos me hará descansar; Junto a aguas de reposo me pastoreará.
3 Confortará mi alma; Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.
4 Aunque ande en valle de sombra de muerte,
No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;
Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.
5 Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.
6 Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, Y en la casa de Jehová moraré por largos días.

Hubo una explosión de aplausos… de felicitaciones… de ovaciones, todos estaban de acuerdo que era la mejor representación del salmo 23 que nunca antes habían visto…

Una vez calmada tal euforia, le pidieron al viejo predicador que recitara el salmo.

Él tomo su lugar… hizo una pausa… miró a la concurrencia… Todos estaban igualmente atentos y a la expectativa. Y comenzó…

Cuando hubo terminado…
Había un profundo y reverente silencio en todo el lugar…
Se veían correr lágrimas por las mejillas…
Sus corazones habían sido tocados por el amor… la misericordia…
Sentían que habían sidos abrazados por Dios personalmente…
En el silencio se podía sentir la alabanza y la presencia del Espíritu Santo…

Al finalizar la reunión, le preguntaron al actor principal, como era posible aquella diferencia, entre ambas interpretaciones, de un mismo salmo.

A lo que el actor respondió:

Yo conozco el Salmo…
Pero, el viejo predicador conoce
AL PASTOR.


Te invito a que tú también lo conozcas…

El Perdón (recopilación Internet)

El perdón es una expresión de amor y la clave para liberarte
Recopilado por: J. Rafael Olivieri

El perdón nos libera de ataduras que nos amargan el alma y enferman el cuerpo.
No significa que estás de acuerdo con lo que pasó, ni que lo apruebas.
Perdonar no significa restarle importancia a lo que sucedió,
ni mucho menos darle la razón a alguien que te lastimó.

Perdonar significa dejar de lado aquellos pensamientos negativos
que te causan dolor, enojo y te destruyen día a día.
El perdón se basa en el reconocer, aceptar y soltar lo que pasó.
La falta de perdón te encadena a las personas en el resentimiento. Te hace esclavo de ellas.
La falta de perdón es el más destructivo veneno para tu espíritu,
ya que neutraliza los recursos emocionales que tienes y mata tu alegría de vivir.
El perdón es una decisión que puedes y debes renovar a diario.
Muchos de nuestros intentos de perdón fracasan, pues confundimos lo que es perdonar y, nos resistimos ante la posibilidad de disminuir los eventos ocurridos u olvidarlos.
El perdón no es olvidar lo que nos ocurrió, aunque sí, invita a sacarlo de nuestro pensamiento.
No significa excusar o justificar un determinado evento o mal comportamiento.
No es aceptar lo ocurrido con resignación. No es negar el dolor.
No es minimizar los eventos ocurridos. Es liberarte a ti de todo ello.
Creemos erradamente que el perdón debe conducirnos inexorablemente a la reconciliación con el agresor. Pensamos que perdonar es hacernos íntimos amigos de nuestro agresor y por tal motivo rechazamos el perdonar. No implica eso para nada, el perdón es
PRINCIPAL Y ÚNICAMENTE PARA TI y para nadie más.
No hay que esperar que la persona que nos agredió cambie o modifique su conducta, pues lo más probables es que esa persona no cambie, y es más, a veces se ponen peor.
El perdón se debe realizar "sin expectativas" sin esperar a que el otro cambie.
Si esperamos que el agresor acepte su error, estaremos esperando en vano y gastando nuestro tiempo y nuestras energías en una disculpa que posiblemente jamás llegará.
Si quedamos esperando alguna reacción, luego de haber perdonado, realmente no hemos perdonado genuinamente, pues seguimos esperando una retribución, un resarcimiento.
Seguimos anclados en el problema, en el ayer, queriendo que nos paguen por nuestro dolor.
El esperar una disculpa, que se acepte el error; nada de eso cambiará los hechos, lo ocurrido en el pasado, sólo estaremos alimentando nuestro resentimiento,
nuestra sed de justicia mal enfocada.
Cuando no hemos perdonado, quien tiene el control de nuestra vida es el EGO.
EGO que quiere a toda costa castigar o cobrarle al agresor.
No existe nada ni nadie que pueda resarcir el dolor ocasionado en el pasado,
el pasado no tiene cómo ser cambiado.
Ningún tipo de venganza o retribución podrá subsanar los momentos de tristeza
y desolación que vivimos, lo mal que nos sentimos.
Perdonar desde nuestro corazón, es mirar los hechos tal y como sucedieron, es decidir dejarlos ir, dejarlos en el ayer, es liberarnos de las espinas del ayer.
Muchas veces la persona más importante a la que tienes que perdonar es a ti mismo por todas las cosas que no fueron de la manera que pensabas.

¿Con qué personas estás resentido? ¿A quién no quieres perdonar?
¿Acaso tú eres infalible y por eso no puedes perdonar los errores ajenos?
¡PERDONAR ES APRENDER A AMARME A MÍ MISMO!

La declaración del perdón

La declaración del perdón
Rafael Echeverría

Bajo este acápite incluimos tres actos declarativos diferentes, todos ellos asociados al fenómeno del perdón. Así como destacábamos previamente la importancia de la declaración de gracias, debemos ahora examinar su reverso. Cuando no cumplimos con aquello a que nos hemos comprometido o cuando nuestras acciones, sin que nos lo propusiéramos hacen daño a otros, nos cabe asumir responsabilidad por ello. La forma como normalmente lo hacemos es diciendo ‘perdón’. Esta es una dec1aración.

En español, sin embargo el acto declarativo del perdón solemos expresarlo frecuentemente en forma de petición. Decimos «Te pido perdón» o «Te pido disculpas». Con ello hacemos depender la declaración «Perdón» que hace quien asume responsabilidad por aquellas acciones que lesionaron al otro, del acto declarativo que hace el lesionado al decir ‘te perdono’. Ambos actos son extraordinariamente importantes y nos parece necesario no subsumir el primero en el segundo.

Lo importante de mantenerlos separados es que nos permite reconocer la eficacia del decir «Perdón» con independencia de la respuesta que se obtenga del otro. En otras palabras, lo que estamos señalando es que la responsabilidad que nos cabe sobre nuestras propias acciones no la podemos hacer depender de las acciones de otros. El perdón del otro no nos exime de nuestra responsabilidad. El haber dicho «Perdón», aunque el otro no nos perdonara, tiene de por sí una importancia mayor y el mundo que construimos es distinto -independientemente del decir del otro- según lo hayamos o no declarado. Obviamente, en muchas oportunidades el declarar «Perdón» puede ser insuficiente corno forma de hacernos responsables de las consecuencias de nuestras acciones. Muchas veces, además del perdón, tenemos que asumir responsabilidad en reparar el daño hecho o en compensar al otro, pero ello no disminuye la importancia de la declaración del perdón.

El segundo acto declarativo asociado con el perdón es, como lo anticipáramos, ‘te perdono’, ‘los perdono’ o simplemente «Perdono», Este acto es obviamente muy diferente del decir «Perdón», a él vamos a referimos también cuando abordemos el tema del resentimiento, Sin embargo, permítasenos hacer algunos alcances al respecto.

Cuando alguien no cumple con lo que nos prometiera o se comporta con nosotros de una manera que contraviene las que consideramos que son legítimas expectativas, muy posiblemente nos sentiremos afectados por lo acontecido. Más todavía si, luego de lo sucedido, la persona responsable no se hace cargo de las consecuencias de su actuar (o de su omisión). Posiblemente, con toda legitimidad, sentiremos que hemos sido víctimas de una injusticia, Y al pensar así, justificaremos nuestro resentimiento con el otro, sobre todo en la medida en que nosotros nos hemos colocado del lado del bien y hemos puesto al otro del lado del mal. Por lo tanto, consideramos que tenemos todo el derecho a estar resentidos.

De lo que posiblemente no nos percatemos, sin embargo, es que al caer en el resentimiento, nos hemos puesto en una posición de dependencia con respecto a quien hacemos responsable. Este puede perfectamente haberse desentendido de lo que hizo. Sin embargo, nuestro resentimiento nos va a seguir atando, como esclavos, a ese otro. Nuestro resentimiento va a carcomer nuestra paz, nuestro bienestar, va probablemente a terminar tiñendo el conjunto de nuestra vida. El resentimiento nos hace esclavos de quien culpamos y, por lo tanto, socava no sólo nuestra felicidad, sino también nuestra libertad como personas.

Nietzsche, ha sido el gran filósofo del tema del resentimiento. Cuando habla de él, lo asocia con la imagen de la tarántula. El resentimiento nos dice Nietzsche, es la emoción del esclavo. Pero cuidado. No se trata de que los esclavos sean necesariamente personas resentidas. Muchas veces no lo son, como nos lo demuestra el ejemplo de Epicteto. Se trata de que quien vive en el resentimiento vive en esclavitud. Una esclavitud que podrá no ser legal o política, pero que será, sin lugar a dudas, una esclavitud del alma.

Perdonar no es un acto de gracia para quien nos hizo daño, aunque pueda también serlo. Perdonar es un acto declarativo de liberación personal. Al perdonar rompemos la cadena que nos ata al victimario y que nos mantiene como  víctimas. Al perdonar nos hacemos cargo de nosotros mismos y resolvemos poner término a un proceso abierto que sigue reproduciendo el daño que originalmente se nos hizo.

Al perdonar reconocemos que no sólo el otro, sino también nosotros mismos, somos ahora responsables de nuestro bienestar.

Cuando hablamos de perdonar, suele surgir también el tema del olvido. Hay quienes dicen «Yo no quiero olvidar» o «Siento que tengo la obligación de no olvidar». Olvidar o no es algo que no podemos resolver por medio de una declaración. De cierta forma, no depende enteramente de nuestra voluntad. El perdón, sin embargo, es una acción que está en nuestras manos.

El tercer acto declarativo asociado al perdón es, esta vez, no el decir «Perdón», ni tampoco el perdonar a otros, sino perdonarse a sí mismo. En rigor, ésta es una modalidad del acto de perdonar y, por lo tanto, lo que hemos dicho con respecto al perdonar a otro vale para el perdonarse a sí mismo. La diferencia esta vez es que asumimos tanto el papel de víctima como de victimario.

Una de las dificultades que encontramos en relación al perdón a sí mismo proviene de sustentar una concepción metafísica sobre nosotros que supone que somos de una determinada forma y que tal forma es permanente. Por lo tanto, si hicimos algo irreparable ello habla de cómo somos y no podemos sino cargar con la culpa por el resto de nuestras vidas. Esta interpretación no da lugar al reconocimiento de que en el pasado actuamos desde condiciones diferentes de aquéllas en que nos encontrarnos en el presente. Sin que ello nos permita eludir la responsabilidad por nuestras acciones y nos evite actuar para hacernos cargo de lo que hicimos, tal postura no reconoce que el haber hecho lo que entonces hicimos y el recriminarnos por las consecuencias de tales acciones, de por sí, nos transforma y aquél que se recrimina suele ser ya alguien muy diferente de aquél que realizara aquello que lamentamos.

El perdón así mismo tiene el mismo efecto liberador de que hablamos anteriormente y hacerlo es una manifestación de amor a sí mismo y a la propia vida.

Echeverria, R. (1996). Ontología del lenguaje. 3ra edición. Santiago, Chile:
Dolmen Ediciones, S.A.